Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Día: 10 de febrero de 2016

La luz hace más tenebrosa a la oscuridad (3-10-2014)

La luz hace más tenebrosa a la oscuridad (3-10-2014)

Sí, otra vez estoy con mis imposibles, pero si no fuera por ellos, tal vez no sería quien soy. Además, todos esos «imposibles» me parecen interesantes en la medida que se encuentran a diario en nuestra rutina, y abstraídos como estamos en nuestro mundo interior, no nos detenemos a pensar sobre lo mágico que puede ser a veces todo lo que nos rodea -me incluyo el primero-. Además, me parece una forma espléndida de aislarse del mundo interior, que a veces tanto nos mortifica.

He llegado a esta conclusión tan poco ortodoxa, cómo no, en una situación que tengo a diario todas las semanas. Cuando voy a coger la bicicleta para ir pedaleando hasta la universidad, me veo en la necesidad de ir a un trastero que está en la completa penumbra -por las mañanas penumbra y por las noches completa y virgen oscuridad-. Hasta ahora, gracias a la costumbre y la práctica, me limitaba a hacer todo de forma mecánica en la oscuridad, moviéndome cual murciélago en la noche. Pero, uno de estos días, fui a ese mismo trastero acompañado de una pequeña linterna para guiarme en la oscuridad -la necesitaba para ir con ella en la bicicleta por la noche, para ser visible a los vehículos de la carretera, con la intención de no ser atropellado-. Necesito que entendáis que esa negrura a la que me refiero es la que no te permite ver tus propias manos en movimiento a menos de diez centímetros de tu rostro; oscuridad plena y verdadera. Es esa oscuridad que experimentamos en nuestros sueños o pesadillas. Es esa oscuridad que tal vez sentiremos cuando nos llegue la hora del descanso eterno.  Es esa oscuridad que simboliza a la muerte mejor que la propia muerte. Es negro sobre negro. Creo que me hago entender; una oscuridad que te cagas.

En una situación así, -que no tiene por qué ser extraña, todos estamos más o menos a menudo en este tipo de oscuridad-, al existir una completa ausencia de materia en lo que al sentido de la vista se refiere, tus otros sentidos, incluyo el intelecto -o la imaginación si lo preferís-, se ven incrementados en su percepción de forma exponencial: escuchas de forma más nítida, hueles mejor y piensas e imaginas conceptos que en situaciones «mundanas» distan mucho de rondar una mente humana. Teniendo tal cantidad de premisas, es fácil que tu pensamiento tienda a cometer ciertos deslices y le dé por ver la realidad de forma distinta. Es algo que puede ocurrir a todos, no en exclusiva a mí desde luego; hay ciertas situaciones que hacen sencillo que ideas y pensamientos de este tipo se paseen por tu cabeza.

Dejando las digresiones innecesarias de lado, me gustaría ir al meollo del asunto. Una vez que encendí la linterna, pude ver la verdadera oscuridad que me invadía. Contradictorio, ¿No? es un sin sentido que no tiene ni pies ni cabeza. ¿Alumbrar a la oscuridad para verla mejor? Tío, estás loco. O tal vez no.

A veces -y pongo «a veces» por no pecar de impulsivo, pero es siempre- nos hace falta ver lo contrario de algo, si es mejor, al lado de ese algo, para apreciar de veras el significado, pleno y perfecto, de lo que queremos conocer mejor. En una frase corta y comprensible: «ver lo contrario para captar toda la esencia de los contrarios». No podemos saber qué es el amor si no se experimentado el odio. No puedes saber qué es la felicidad si no has sentido la tristeza… y así hasta el infinito. Es algo que todos sabemos en verdad, pero que muy pocas veces nos detenemos para reflexionar.

Y también sería un problema cuantitativo -a la cantidad me refiero-. A veces necesitamos ver un poco de la esencia visible de lo que nos rodea para abrumarnos -mediante los contrarios o por iluminación divina, eso me es indiferente ahora- al captar por encima toda la profundidad de significado que tiene lo que nos rodea. Al igual que en lo anterior, una frase que resumiría esta idea sería: «ver un poco para imaginar un mucho». Muchas veces, cuando conocemos casi a la perfección algo, deja de fascinarnos, es cuando sobre ello permanece una sombra cuando de verdad se convierte en algo enigmático para nosotros.

Además, y esto ya no es tan filosófico, «impresiona» ver como la oscuridad se traga a la luz; es ahí cuando vemos su verdadera fuerza. Aunque la luz a veces puede ganar a la oscuridad, en esa circunstancia en la que una pequeña luz se ve al completo sumida en la mayor de las oscuridades, puedes ver lo tenebrosa que resulta la oscuridad.

Y sí, podría haber dicho que la oscuridad, al dejarnos ciegos, es algo que da miedo, y lo que da miedo, parece gigante comparado con nosotros. Pero como dije en la anterior entrada, esa forma directa de pensar las cosas no va conmigo; aunque lo odie, no puedo evitar darle vueltas a todo para entrever los entresijos más curiosos de la realidad.

Espero que os haya gustado la entrada y muchas gracias por leerla.

PD: tranquilos, que la próxima entrada es algo más entretenido y menos filosófico, lo juro 😉

Fuegos artificiales (28/09/2014)

Fuegos artificiales (28/09/2014)

Estos días en Logroño hemos celebrado nuestra fiesta grande, «San Mateo». Feria, conciertos, botellones y fuegos artificiales, lo típico y normal en unas celebraciones de ciudad. Este año, soso de mí, me he centrado exclusivamente en los fuegos artificiales, actividad que me fascina por la magia que desprende y por lo imposible de su acción que tiene en mí -y en otras muchas más personas, bien lo sé-.Aviso que el texto puede resultar un poco caótico y contradictorio, pero si consigo explayarme con la suficiente claridad, creo que al menos podréis atisbar lo que quiero interpretar.

No quiero escribir sobre cómo fueron, pues aparte de no interesarme en demasía, si soy sincero, no sé cómo se juzga si unos fuegos artificiales son de calidad o no -a mí me gustan a medida que son más ruidosos-. Lo que pretendo tratar de explicar en esta entrada es una sensación de añoranza y tranquilidad que los fuegos artificiales me transmiten. No sería algo demasiado excepcional si no fuesen precisamente fuegos artificiales, una de las actividades más ruidosas producidas por el intelecto humano. Un ruido estrepitoso es capaz de provocar en el alma de una persona la paz  y el sosiego más absolutos, ¿cómo puede ser esto posible? ¿No es sino una antítesis completa? O tal vez una perfecta paradoja … No sé sinceramente a cuántas personas más los fuegos artificiales le calman como a mí, actuando en forma de relajantes ópticos, pero sé con seguridad que no soy la única persona que siente esa sensación tan paradójica y mística cuando escucha y ve a los fuegos artificiales demostrar su poderío.

Desconozco el porqué de la reacción de mi ser. No sé si esa calma llega a mí desde los más profundos pensamientos de mi subconsciente o realmente esas luces tienen la capacidad y el poder, casi ya prehistórico, de sumir en la más absoluta tranquilidad a lo seres humanos, no lo sé. Solo veo una senda posible de explicación para este fenómeno de los sentidos. No me veo con la capacidad suficiente de explicar lo que siento en mi interior si no es con comparaciones que sé que casi todos podrán entender a la perfección. La fuerza que los fuegos artificiales tienen en mí siempre me ha recordado mucho al sentimiento de, casi placer, que sentimos TODOS los humanos a ver el fuego. No afirmo con esto que todos tengamos un pequeño pirómano dentro de nosotros, ni mucho menos, pero es innegable que siempre que observamos fuego, por grande o pequeño que este sea, en nuestro interior algo se enciende, como por influencia del calor que las llamas desprenden. Todos miramos encandilados cómo ese astro rojo puede esfumar la oscuridad bajo cualquier circunstancia. Incluso siendo capaces de crear fuego en cualquier momento, todavía algo en nosotros siente completa adoración hacia ese suceso. Y esto, me atrevo a aventurar, es debido al asombro que todavía en nuestra época sentimos por el poder destructivo del fuego; aquí residirá la clave de todo este asunto a mi parecer, al poder caótico del fuego, es decir, en el poder destructivo y creador de caos.

Los fuegos artificiales tienen una característica semejante. Sin duda influenciados por la fuerza de la naturaleza -y muy en relación a mi entrada de La Tormenta-, generalmente veo a los fuegos artificiales como imitaciones del humano por captar la furia del cielo. Pero, en contraposición al arcaico miedo del que hablaba en la anterior entrada, aquí nos encontramos con el otro lado de la misma moneda. Quizás se deba a la incapacidad de atrapar la sustancia original de las tormentas, pero aquí en vez de terror -salvo las personas que sientan miedo patológico hacia los fuegos artificiales- sentimos exactamente lo contrario; calma, paz, tranquilidad…

Dentro de este sin sentido -de un elemento que en ocasiones produzca terror y otras veces pura paz, que más que sin sentido, encarna a la perfección la vida misma, a veces tan bella y dura en un mismo ámbito- , creo poder atisbar por qué esa furia de colores y detonaciones nos transmite tranquilidad. A veces, nuestros problemas nos superan. Somos seres egocéntricos por mucho que intentemos velar por el bienestar ajeno, y nuestros problemas siempre nos resultarán más graves que los del resto. Somos egoístas por mucho que duela. Creemos que lo que nos sucede es superior a todo lo que nos rodea, pero nos equivocamos. Al palpar la brutalidad y poder de los fuegos artificiales -sin llegar a la magnificencia de la tormenta, aunque a ciertas personas incluso las tormentas nos relajan- vemos que existen fuerzas superiores a las nuestras y a los problemas que nos rodean. Y qué son las tormentas y los fuegos artificiales sino una amalgama de colores, ruidos y violentos sentidos. Nos admiramos, en definitiva, en el caos. El caos, la anarquía -en el sentido peyorativo de la palabra- nos infunden orden a nuestra ánima. Sé que puede sonar majadero, pero es algo que ocurre. Cuando nuestro caos interior se ve superado al observar una furia externa que como huracán arrasaría con nuestro propio caos personal, entendemos en verdad que no todo parece tan malo, llegando esa sensación de tranquilidad por ver la pequeñez de nuestros problemas. Al percibir la autoridad de una vorágine tan suprema, nuestro interior tan solo puede arrodillarse y gozar de esa ostentación de caos y suntuosidad que lo superior a nosotros tiene en su interior. Es la paradoja del vivir, es la antítesis de la vida; vivimos rodeados de estos sucesos y nunca los advertimos. La vida es un sin sentido, y a veces esos sin sentidos pueden salvarnos de nuestras bestias interiores. Lo grande y majestuoso siempre nos ha dejado atónitos, no por su grandeza exclusivamente, sino también por su poder, por todo la fuerza que esconden los grandes acontecimientos, por la capacidad de destrucción.

En conclusión: sí, lo sé, todos lo estaréis pensando, podría haber dicho desde el principio: los fuegos artificiales relajan porque son bonitos. Lo bonito suele tener la cualidad de apaciguar. Pero no me gusta ir a lo simple, que es lo que todos podemos captar a la primera. Me gusta bajo mi pesar «comerme» la cabeza hasta que esta me explote, buscar el sin sentido de todo -y tal vez por ello soy tan feliz-. Espero que os haya gustado esta entrada.

Extracto de relato corto (17/09/2014)

Extracto de relato corto (17/09/2014)

– No soy una demente, no. Y tampoco me he dejado llevar por la venganza, me he dejado llevar por lo humano. Todos dicen que la venganza es un sentimiento poco natural, que nada se consigue buscándola… diciendo eso no son más humanos que un loro. Creo en la venganza como creo en el amor; son igual de potentes hija, doy fe. Es gracioso ver cómo todas las personas claman a los cuatro vientos que ante una situación de venganza, no actuarían para cobrarla, que con la venganza solo se consigue más dolor, pero eso no es así. Yo misma, ignorante e inocente, pensaba así, hasta que me sucedió lo que sabes. Una vez que te ocurre algo así… ni tan siquiera piensas en las posibles implicaciones morales, te lo aseguro. Sé que eres inocente, sé que no te mereces esto, pero si una oportunidad tan clara se ha mostrado ante una persona en busca de venganza, es una señal, un aviso de lo que gobierna sobre todos nosotros…

*Estoy a punto de terminar este relato, pero por ahora, carece de título.
Tormenta (14/09/2014)

Tormenta (14/09/2014)

Y como en tragedia antigua, un público invisible

Aplaude la furia y el arrojo del cante del trueno

Parece que a veces el destino, en su cruel devenir, es bondadoso. La última vez que estuve en mi pueblo con voluntad de inspirarme para escribir algunos versos, el cielo decidió oscurecerse y llorar. Esta vez, meses después, el cielo ha vuelto a sonreírme y ha decidido expresarse en primitivo lenguaje conmigo. Esos dos versos que podéis leer más arriba no son más que un extracto del poema que, gracias a la ayuda inconmensurable de la tormenta, pude componer. En el poema hablo más sobre la magnificencia de este hecho inmortal, que lleva sembrando el caos y la felicidad por igual desde que el hombre posee entendimiento; es decir, que me hago el poeta con palabras rimbombantes e intento captar, en vano, el significado y la esencia de una tormenta “perfecta”. Los resultados han sido satisfactorios.

Pero aquí no he venido a hablar sobre qué es, en esencia, una tormenta, no. En esta entrada quiero tratar más sobre el pavor y el respeto que siempre ha infundado este elemento climatológico sobre los humanos. Un pánico arcaico que nos acerca más a los animales que a los humanos.

Hoy en día, con la cantidad de medios tecnológicos que tenemos a nuestro servicio, una tormenta no es un suceso que deba causar demasiada expectación; suponemos que después de una hora de rugidos y relámpagos todo debe volver a la calma. En nuestra sociedad actual hemos aprendido, o más bien, asimilado a la fuerza, que en ciertas ocasiones podemos ser más destructivos o imponentes que la madre Naturaleza. Pero esto es así porque, la mayoría, vivimos en nuestros castillos de hormigón, aislados de cualquier peligro del exterior, sabiendo que ni el más resistente de los rayos podrá hacer mella en la muralla blanca que nos defiende. Pero esto no siempre es así –ni ahora ni en el pasado-.

Ahora mismo, mientras escribo esto, todavía puedo apreciar con mis oídos los últimos gritos de furia del cielo. Acabo de experimentar, en la sierra, una de las tormentas más fuertes que jamás he vivido –no hace falta decir que, las tormentas en montaña son más duraderas y ruidosas que en alturas medias o bajas-. Aquí, en contraposición a todas las casas que me rodean, también estoy sepultado en hormigón –encima de reciente construcción-. Pero, a pesar de esta sutil ventaja contra la inclemencia del tiempo, mis sentimientos han sido como los que un campesino del siglo XII pudo tener en este mismo lugar en el que me encuentro. Da igual que cierres las ventanas e intentes apartar la vista del infierno lumínico y sonoro que se está desatando fuera, es imposible aislarse del estallido. Durante un momento –porque me encantan las tormentas y siempre me gusta saborearlas desde fuera- he salido a la terraza de mi piso, con la intención de escuchar mejor el ruido de los truenos. Normalmente, en cualquier tormenta, no suelo asustarme o estremecerme, pero cuando, casi incluso antes que el rayo, el estallido de un trueno, de los más potentes que mis tímpanos han recibido, ha sobrevolado por mi cabeza, algo dentro de mí me ha dicho “métete dentro de casa que esto es serio”. Ha sido solo un segundo de inseguridad, pero la tormenta me ha asustado. Ruido de lluvia que ensordece y tapa cualquier otro ruido, resplandores cada cinco segundos en el cielo, pájaros que aturdidos vuelan juntos sin destino definido… naturaleza en estado puro; te sientes culpable de ser humano y romper la plenitud de perfección y naturaleza que se respira en esos instantes.

Esto me ha pasado a mí, en pleno siglo XXI, con una educación media y con una edad en la que se me puede considerar adulto. Poco después de ese suceso, me ha dado por pensar algo: ¿qué pensaría, por ejemplo, un campesino de la Edad Media, temeroso de Dios y de cualquier suceso, más o menos extraordinario? Es interesante replantearse qué pensamientos podrían cruzar la mente de una persona así. Sí, lo sé, no eran tan crédulos como para creer que se trataba de un castigo de Dios por sus pecados, más o menos sabrían las causas de que el cielo gimiese y las nubes llorasen. Pero hay que tener en cuenta que, en general, se trataban de personas simples, con un intelecto en bruto y sin apenas preocupaciones más que las de sobrevivir y vivir por su familia.

Hay que ponerse en situación: vives en pleno siglo X. El lugar donde resides apenas sobrepasa el número de veinte viviendas, se trata de un pequeño pueblo en mitad de las montañas, aislado de cualquier camino o senda –y las capitales tampoco es que fuesen algo demasiado lujoso-. Tu choza, pues más que casas eran chozas, apenas tiene el espacio suficiente para resguardarte a ti y a tu familia. El techo está hecho de adobe y las paredes de piedras que llevan demasiado tiempo ejerciendo su cometido, pidiendo piedad. De repente, como rugido de lobo, un trueno rompe el silencio de ese pequeño Edén, y poco a poco, un infierno se desata sobre tu cabeza. No es una tormenta más, no, es La Tormenta. Intentad rememorar en vuestras mentes la peor tormenta a la que hayáis asistido, exagerarla como aprendices de poeta y meteros en las pieles de ese campesino de siglos pasados… ¿Qué pensaríais? Ya no es temor por Dios, es temor por la fuerza de la naturaleza. Aquella que te da la vida en tu rutina, ahora se encuentra enfadada y enojada contigo. El respeto por la naturaleza –que siempre debe estar presente- en esos instantes deja de ser respeto y pasa a convertirse en temor. La grandiosidad de ese suceso te embadurna por completo. Supongo que un miedo primitivo, arcaico, te ahogaría por completo. Quizás llegarías a un estado de “simpleza” animal donde tu razón brillaría por su ausencia, y tu raciocinio no sería superior al de una golondrina asustada y mojada. Contemplar eso con tus ojos, ver que en realidad somos ridículos al lado de la naturaleza, debe mezclar en tu interior sentimientos de horror y de agrado.

No quiero pretender descubrir todos los pensamientos que cruzarían por la mente de una persona así, vosotros también podéis imaginar –seguramente mejor que yo- qué experimentaría una persona en una situación como la descrita. Quizás exagerándolo todo resulte mejor. Situando a esa persona en mitad de un bosque, alejado de todo origen humano, solo con los animales del bosque, en la intemperie, a merced de los designios de la naturaleza, su siglo X no parece tan lejano. En tales circunstancias, creo que tanto un humilde campesino de tiempos pasados y un empresario de tiempos modernos sentirían exactamente lo mismo. Creo que, ante tal monstruosidad proveniente del cielo, el tiempo deja de existir, la humanidad se esfuma y el pensamiento se derrite. Creo que en esta situación, la naturaleza y su tormenta pueden romper el tiempo, convirtiendo a dos personas separadas por siglos en el mismo animal asustado y aterrado. Creo que, en definitiva, la naturaleza tiene tanto poder que es capaz de obviar el paso del tiempo y unir elementos, a primera vista, tan distintos. La naturaleza, a través de una “simple” tormenta, puede conseguir vencer al tiempo, algo que, los humanos, jamás podremos alcanzar. Pero esto es algo obvio, nosotros somos simples humanos, inocentes y mundanos. Y la naturaleza, eterna e impasible, perspicaz observadora de todos nuestros pensamientos, creadora de todo lo que existe, no es sino un verdadero Dios para todos nosotros; somos un juguete en sus manos.

Lo siento si parece que exagero en demasía el poder de una tormenta, pero estoy seguro de que, si alguna vez, en mitad de la nada, una tempestad cruel e indomable hace acto de presencia, quizás podáis comprender mejor qué quiero decir. No busco que penséis igual que yo, tan solo que respetéis el inmenso poder que algo tan normal como una tormenta puede llegar a poseer y que penséis, que no es poco. Tal vez podáis apreciar como yo que, las tormentas, pueden atravesar la frontera inalcanzable… las tormentas, pueden romper la barrera del tiempo y llevarnos a otra época, intemporal, donde los temores siempre han sido y serán iguales en todos los humanos. Las tormentas, pueden llevarnos a otro lugar, un lugar donde el paso del tiempo no rige, donde el tiempo, siempre dueño de nuestras vidas, no tiene poder alguno…

Gracias por leerme. Espero que al menos os haya entretenido esta entrada y que, con suerte, haya sido de vuestro agrado.

Estamos ante un posbarroco cinematográfico

Estamos ante un posbarroco cinematográfico

Para que comprendáis esta extraña y poco usual comparación entre lo posbarroco y la cartelera actual tengo que explicaros brevemente las características básicas del posbarroco como movimiento literario. Tranquilos, no tenéis por qué aprender, limitaros a memorizarlo cinco minutos mientras leéis el texto. Ya veréis que al final hasta tiene un poco de sentido. Por cierto, Maribel -mi profesora-, gracias por hacer el guiño hacia la nueva película de Star Wars, me ha abierto los ojos por completo y me has dado la idea.

El posbarroco mayormente fue la continuación de las características barrocas en la literatura de la primera mitad del siglo XVIII, sobre todo haciendo incidencia en el teatro. Este teatro se caracteriza por:

-Escenografia compleja, primando la decoración y los efectos para admirar al público más que el texto literario en sí.

-Personajes prototipos, pobres, vacíos, repetidos a lo largo de las obras con tediosa insistencia.

-Tramas parecidas o casi iguales, muchas de ellas dentro del ámbito mágico, religioso o heroico.

-Suelen evocar las pasadas glorias nacionales. Adoran lo anterior ante todo y se quedan atascados en ello.

-Diálogos elevados y rimbombantes deseosos de ocultar la falta de originalidad en la narración de la obra dramática.

-Convertir el teatro en un negocio queriendo extraer el mayor beneficio de la forma que sea.

Y otros pocos más que descarto por no ser del todo útiles para el símil. Como último apunte añadir que esta etapa de la literatura destaca en la historia como una de las menos originales que ha tenido nuestra lengua, no teniendo demasiado adeptos en la actualidad -ni entre los literatos de la época-. ¿Os suena de algo lo expuesto más arriba? ¿No se parece a algo de lo que estamos rodeados a diario? Analicemos la cartelera de hoy en día. Lo siento si os parece demasiado subjetivo, intentaré hacerlo lo mejor que pueda:

Superhéroes y villanos por doquier. En relación con personajes prototipos. También podría entenderse con lo de tramas parecidas en todas las películas. Sea como sea, a día de hoy en el cine vemos enmascarados y tipos con trajes por todas partes. Un poquito de originalidad o salirse de lo establecido no vendría mal. Puede también compararse con la caída en picado del género del horror en el cine, donde los personajes han caído en la rutina del arquetipo perfecto, con argumentos torpes que recuerdan demasiado al de otras películas. Hace años que no se realiza una película de terror, a nivel comercial, mínimamente original y nueva.

Efectos digitales hasta para el detalle más fácil de crear a través de la realidad. En relación con lo de la esceneografía compleja. Es cierto que hay películas de acción con buenos efectos digitales y tramas entretenidas, pero da la sensación que multitud de ellas comparten demasiado en común y que tapan sus defectos con estallidos, colores y una calidad gráfica pasmosa. Películas como «Avatar» tienen mucho mérito en cuanto a sus avances en los efectos digitales, pero son terriblemente sosas -y sospechosamente parecidas a otras películas-.

Remakes, secuelas y otras bestias -haciendo referencia a una entrada de este mismo blog-. En los últimos años no hemos dejado de asombrarnos por la inmensa cantidad de filmes que continúan en cierta medida con algo que ya se ha hecho con anterioridad. Parece que la década de los 90s es la década fetiche para los directores de hoy día, queriendo muchos de ellos raspar de la moneda sagrada. Sagas cinematográficas con historias finiquitadas de repente renacen de la nada junto a nuevas ideas, ideas que no eran necesarias y que acaban por empeorar el sentido general de la cinta.

(Estoy bien, pero… ese maldito pero)

Money money money. No podemos negarlo aunque nos duela. Hay películas que son visiblemente intentos desesperados por sacar dinero de donde sea. Desde comedias románticas vacías de sentido pero llenas de caras célebres a thrillers de acción protagonizados por actores y actrices de décadas pasadas. No nos aportan nada realmente a nosotros, quizás un poco de añoranza, pero sí a ellos, millones y millones de dólares.

(Soy super necesario sí…)

-Me da igual que aparezca una frase mítica e universal en una película, si el resto de diálogos no son más que huecos en el guion metidos con calzador para hacer tiempo, la película entonces dejará bastante que desear. Tampoco me vale copiar el éxito de sagas literarias célebres que han triunfado y después hacer películas un tanto flojas y forzadamente rebajadas para llenar más los cines.

(Calla que mejoré en las siguientes, aunque uy, quizás esa cuarta película sobró).

A grandes rasgos siento que esto es nuestro cine actual. No quiere decir que no haya algunas buenas producciones actualmente, siempre las hay aunque el panorama sea de carbón, pero lo que gusta, lo que llena las salas de cine, acaba siendo esto -también extensible a la música, aunque con algunas características variadas-. Algo que ya hemos visto miles de veces, algo que sabemos cómo finalizará, pero que seguimos viendo anonadados. Quizás es culpa del propio público, que se conforma con poco, o que también se ha quedado atascado en algún punto del pasado. El cine profesional o de «élite» poco a poco ha buscado una degeneración autoinfligida, pretendiendo gustar sin gustarse a sí mismo. Ya no podemos ver una película y no soltar más «peros» que exclamaciones de júbilo. No sé cuánto se extenderá este posbarroco cinematográfico, esta edad de mediocridad pero que tanto nos gusta. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que en verdad quizás no nos gusta tanto?