Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Mes: junio 2017

Terror desde mi cama II

Terror desde mi cama II

Las risas de niños no serían problema alguno si no hubiera otra cosa que me preocupaba. Unas cuantas semanas antes había empezado a escuchar algo extraño tumbado en la cama, el latir de un corazón. Daba igual la hora, era bastante aleatorio, en algunas ocasiones era la noche la encargada de darle cuerda mientras que otros días el sol entraba por la ventana y seguía escuchándose. No tenía ningún tipo de horario. En un primer momento pensé que se trataba de mi propio corazón, pero al comprobar mi pulso vi que era un ritmo al completo distinto; no era el mío. Barajé mil ideas, desde una máquina de respiración asistida de los vecinos de abajo a gotas de las tuberías que producían un eco extraño; pero no sacaba nada en claro. Así pasaron semanas, antes, durante y después de la anécdota con las risas.

Me lo tomaba a broma porque realmente no era más que un ritmo constante a la hora de tumbarme en la cama. Eso era lo gracioso; había que tumbarse en la cama. Y no era algo que solo me ocurriera a mí, mi padre también lo podía escuchar, pero tan solo al tumbarse. ¿Quizás un muelle roto que con mala fortuna, con el peso de una persona, producía ese sonido? Puede ser, no lo niego. Pero el caso es que siempre, a su libre albedrío, sonaba.

Cuando mi padre y yo desistimos por ser incapaces de averiguar qué era, entró mi madre en el juego. «La Anabel» para los conocidos. Siempre hemos dicho que tiene algo de bruja -suele acertar cosas que no debería saber- e incluso de demonio, y lo demostró. Lo digo en tono de broma porque pasó tal cual, y sé que es difícil de creer. Pero bueno, es una madre, y las madres tienen ese algo que siempre hay que considerar, al menos la mía. Estábamos los tres en el cuarto, de día, a eso de las cuatro o cinco de la tarde, y mi padre y yo nos turnábamos para escuchar aquel ruido. Mi madre todavía no había probado a escucharlo porque pasaba del tema, le parecía algo tonto. Cuando por fin se cansó de vernos intentar oír el ruido, decidió tumbarse sobre la cama. Lo percibió. Pasaron diez segundos en los que ella no hizo nada y, una vez transcurridos, salieron por su boca las palabras:

Ya está.

Y en efecto. No me preguntéis cómo lo hizo o si estaba de broma, pero una vez que me tumbé en la cama, el ruido ya no estaba ahí. Ni aquel día ni ningún otro, porque desde entonces no ha vuelto a aparecer. No me malinterpretéis, sé que de paranormal esto no tiene nada, simplemente serán mil casualidades que se dieron a la vez en mi habitación, pero todo lo que os cuento pasó tal como lo podéis leer aquí. De todo lo que ocurrió, lo único que tengo claro es que aquel ruido desapareció una vez que mi madre se tumbó en la cama. Tengo claro que se acojonó, y le comprendo perfectamente.

Estas anécdotas son verídicas, me ocurrieron y he intentado narrarlas lo mejor posible. Como aviso, todo lo «terrorífico» que podáis ver en el blog a partir de ahora, sin duda no es real.

Terror desde mi cama I

Terror desde mi cama I

No son anécdotas terroríficas. Ni mucho menos. Tampoco son impactantes; son de esas en que lo importante es haberlas vivido. Sé que todas tienen una explicación racional detrás, aunque eso no quita que en el momento de experimentarlas tuviera auténtico miedo. Me sentí bastante indefenso. Me considero agnóstico en esto de lo paranormal, y niego la mayor parte de lo que se puede ver, leer y escuchar en Internet, pero cuando algo así te ocurre, hay que ser sincero y contarlo tal y como pasó, más allá de tus ideales personales.

La primera anécdota es la más irreal y la que explicación más sencilla guarda, aunque irónicamente la que más me asustó en su momento. Una noche, creo recordar de verano, estaba intentado dormir. No tengo demasiados problemas a la hora de dormir con el calor, pero a todos nos cuesta a veces cerrar los ojos del todo cuando el sofoco acecha. A eso de las 3 de la madrugada -fíjate qué hora tan sugerente-, todavía despierto por el calor, creí escuchar unas risas, bastante agudas, a la lejanía, como risas de niño pequeño. Ningún misterio, «serán las vecinas de al lado», me dije, que habrán venido a pasar el día con el padre. Me volví a acostar, tranquilo, para intentar dormir algo. El problema surgió cuando al estar con los ojos cerrados, boca arriba, escuché a escasos centímetros de mi oído derecho esas risas de nuevo, aunque en esta ocasión más potentes, cercanas e intimidantes. Todos sabéis cómo suenan las risas de niños pequeños en las películas, pues aquello fue exactamente igual. Era como si estuvieran susurrándome en la oreja. No voy a mentir. Di un respingo y grité un poco. Lo primero que intenté es encender la luz, lo cual me costó unos segundos debido a la tensión del momento. Cuando el cuarto se iluminó obviamente allí no había nada, tan solo yo y mi nerviosismo. Esa noche quise dormir con la luz encendida.

¿Explicación? Un sueño. / Somnolencia. / Fueron las vecinas. / Simple y llanamente que tras el primer fenómeno yo mismo me sugestioné y mi cabeza provocó el segundo. Suele pasar.

¿Problemas? Estoy casi seguro de que estaba bien despierto. / Somnolencia, ninguna, no había dormido en toda la noche. Además me encontraba bastante descansado por desgracia. / Mis vecinas, difícil, ya que fue mi oído derecho el que sufrió el susto y la pared está justo a mi izquierda, estando bocarriba. / Y el mayor de todos ellos, este fenómeno llegó en las mismas semanas en las que en mi cama se escuchaba algo bastante inquietante…

Pero eso es asunto de otras entrada.

La patria

La patria

La patria es una cueva. Entre una cueva y otra no hay muchas diferencias a simple vista, ni a compleja. Conjunto de piedras más o menos bonitas que dan salida a algo mejor. Lo único distinto que hay dentro de las cuevas pudieran ser sus habitantes. Y en un principio eran todos iguales. Alguien, quizás por necesidad egocéntrica, decidió que no quería parecerse a los de la cueva de al lado, no le gustaba la forma de sus orejas. Esta opinión gozó de gran aceptación entre todos los habitantes, pues del tedio acumulado deseaban algo novedoso en lo que centrarse. Los de la otra cueva, en forma de venganza, ridiculizaron la extraña nariz que tenían estos, algo torcida. Una tercera cueva, viendo que debido a la prematura guerra esas dos cuevas estaban tomando todo el protagonismo, quisieron también hacerse notar y decidieron pintarse todo el cuerpo de rojo. El resto de cuevas o desaparecieron por la importancia de las que decidieron cambiar u optaron por modificaciones o acciones mucho más extravagantes. En un momento todas las cuevas eran distintas las unas de las otras; eran tan distintas que ninguna destacaba sobre la otra. No había forma de sobreponerse sobre el resto. La triste decisión final fue la de iniciar la primera y última guerra para desentrañar el misterio de cuál era la cueva más magnífica. En un mundo de hambre, miseria y dolor, que fue el que quedó, tan solo queda ya un recuerdo; la guerra la inició una oreja.