¿Quién comparte mi almohada?
Al principio apenas era la percepción de que yo no estaba solo en mi cuarto. No es que percibiera algo, simplemente, en mi mente sentía que no era la única persona que estaba allí. Era como si me notase observado, pero obviamente no había nadie a mi alrededor. Tras los primeros minutos de incertidumbre conseguía dormirme al poco tiempo.
Todo empezó a empeorar cuando una noche, mientras dormía apoyando la parte derecha de mi cuerpo, encogido, en posición fetal, noté que el colchón se hundía hacia abajo. Incluso los muelles del somier sonaron. Yo no hice ningún movimiento; sentí que un peso se tumbaba a mis espaldas. El miedo me atenazó por completo y no me atreví ni a darme la vuelta ni a levantarme. Seguí con los ojos cerrados el tiempo suficiente como para que el esfuerzo por no abrirlos me sumiera en el sueño. Noche tras noche sentía ese peso que se desplomaba en el colchón. Llegué a pensar que, como no sucedía nada más, tampoco era algo del todo malo.
Pero el suceso no frenó ahí. En los días siguientes, después del hundimiento del colchón noté como una masa caliente se recostaba en mi cadera. La primera vez un pequeño grito se escapó de mi boca, pero a medida que pasaron los segundos me di cuenta de que esa masa caliente tenía la forma de una mano. Incluso notaba los dedos que se intentaban agarrar a mi carne, no de una manera violenta, sino como para acariciarme. Con el paso de los días, más que inquietud, sentía nerviosismo por sentir si aquella mano volvería a abrazarme con su delicadeza. Aquel proceso se volvió rutina y yo, al meterme en la cama tan solo tenía en la mente la idea de sentir aquello de nuevo. Ha habido muchos días en los que, tardando más de lo habitual, he empezado a sentirme ansioso por pensar que la caricia no llegaría.
He empezado a necesitarla. Lo lógico es que ahora, tranquilo como estoy al saber que, ya no que sea peligroso, sino que me acompaña en las noches y me produce sosiego, me diese la vuelta para ver quién o qué es mi acompañante. Pero no me atrevo. No me atrevo porque siento el terror de que, si me atrevo a mirar hacia atrás, esa caricia, esa presencia, desaparezcan, para volver a estar solo, tan solo como antes estaba y siempre he estado. Para mí no es una opción saber la verdad. Sin duda estoy más contento así que enfrentándome al misterio. Hasta me atrevería a decir que me dan igual por completo las futuras consecuencias que esto tenga.
Pero claro, aun sabiendo todo lo que siento y lo mucho que la necesito… ¿Por qué está noche soy yo el que abraza mi cuerpo?
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