Maestrando
Impartiendo clases me doy cuenta de muchas cosas. Hay alumnos de todo tipo, con sus manías y hábitos, y todos ellos me recuerdan a ciertas experiencias de mi vida. Algunos me provocan una envidia sana. Envidia porque ya jamás podré tener las oportunidades que se les está dando a ellos. Me hacen mirar el pasado como algo triste, aunque me alegra poder ayudarles en aquello que yo, por las circunstancias, jamás fui capaz de tener ni cerca. Es una queja del primer mundo porque mi infancia y adolescencia no pudieron ser más felices, pero cuánto llena la ausencia propia y qué poco la ajena, y algunos huecos sí que tuve, para qué engañarnos.
Luego están aquellos que no saben lo afortunados que son. Viven el momento, como tiene que ser, pero de una manera torpe y despreocupada. Les adviertes que en algún momento mirarán al pasado y añorarán todas esas oportunidades que, por temas de la edad, ya no van a conseguir en un futuro. Se ríen algunos o se quedan callados otros pero, en general, es muy difícil llegar a ellos sin que un golpe de realidad les abra los senderos perdidos de su mente.
Y los más inconscientes -ni mejores o peores, eso ya lo dirá el tiempo-, son los que saben que lo tienen todo, y que por ello, triunfarán en lo que se propongan. Como saben la suerte que tienen, deciden no hacer absolutamente nada con su vida porque, de todas formas, tienen el futuro asegurado, y trabajar por trabajar envilece, parece ser. Los mejores colegios o institutos, los mejores medios, los mejores profesores… Pero la peor de las predisposiciones.
Son estos últimos los que te hacen rabiar, sabiendo que otros que lo necesitan de verdad jamás llegarán a nada por sus circunstancias, mientras que por nacimiento otros lo obtienen todo. La cruel rutina del azar.
(…)
Y yo mientras maestrando,
dando lecciones que debería haber aprendido
en el recuerdo de un ayer demasiado presente.
y es que funciona como anhelo tenue
de lo que dejé perder.