Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Autor: Samuel Cerdera García

Pues soy el humilde administrador de esta página :)
Recuerdos

Recuerdos

A veces nos vienen a la mente recuerdos tan tontos que no sabes ni por qué están ahí. Pero forman parte de tu infancia de una forma tan fuerte que sería estúpido querer dejar de recordarlos -e iluso por otra parte, nosotros no elegimos eso-. Hoy me ha venido a la mente el recuerdo de cómo mi padre preparaba el «choricillo al infierno». En mi frágil mente era todo un acontecimiento, comparado al más grande de los sucesos de la historia. Me he acordado de cómo me lo decía -seguro que para él tan solo sería una comida más de nuestra carta semanal- y cómo yo lo interpretaba como un auténtico regalo. También me acuerdo del plato de barro que utilizaba para ello, que para mí era como ancestral y nada más podía preparse sobre él. El momento que más me embelesaba era el de rociar el chorizo de alcohol y ver a mi padre con el mechero encendiéndolo y convertir en el proceso al chorizo en un montón de llamas. Me parecía hasta imposible que algo pudiera cocinarse así, ardiendo en llamas. Pero lo hacía. Y nunca reconocí que el sabor me parecía demasiado fuerte para mi paladar todavía infantil, pero lo devoraba como con pasión porque era mi padre el que lo había preparado.

Recuerdos así me hacen sentirme vivo.

 

Mi patria

Mi patria

Mi patria es el corazón de mis amigos. Una patria por la que moriría. Mi bandera son mis seres queridos. Una bandera sobre la que yacería. No creo en trozos de tela que quieren expresar mucho y no son capaces de llegar al alma de todos. La patria exigiría fiel y completa pasión por ella; son necios si pretenden que una entidad fantasma, dios de naciones, pueda conseguir tal misión. El vínculo que tengo con su patria es tan débil que soy capaz de caminar sobre el lecho de mentiras que deja ante su arrastre agónico. Tampoco creo en falsas promesas. El único independentismo en el que creo es en el de separarnos de nuestros miedos. Y esa revolución deseo y espero que sea violenta en todos sus aspectos.

Sin límites

Sin límites

Hacía tiempo que no me sentía tan cómodo escribiendo algo. ¿Y por qué? Porque me he desprendido de todo. Siempre he tenido ciertas reticencias sobre dejarme llevar demasiado con la escritura. Siempre hay un biombo en el que nos ocultamos para no ser nosotros mismos. Aunque no nos demos cuenta la «norma», lo «bueno», lo «valorable» ha calado demasiado en nosotros, y sin querer nosotros mismos nos censuramos a la hora de dejarnos llevar por lo que escribimos. Consideramos a los «clásicos», algo intocable, dignos de admiración y paradigmas de la buena escritura. Hay que imitarlos por encima de lo que deseamos ser. No premiamos el impulso interno, nuestra esencia más clara. Y también tenemos miedo a expresar lo que somos. Nos hacen creer que una vida digna es la que genera un trabajo que será recordado; y esto es la mayor de las mentiras. Una buena vida es aquella en la que disfrutamos haciendo lo que nos gusta y rodeándonos de los que adoramos. No debemos preocuparnos por un futuro que ni tan siquiera sabemos si existirá.

Pero esta vez no se lo he permitido a mi mente. Estoy disfrutando de una escritura casi automática, iniciando una narración por la que algunos me podrían tildar de loco de la cabeza. Solo la entenderé yo y la persona a la que va dirigida -somos igualmente de tontos-, y la vamos a disfrutar como el mejor clásico de los clásicos o el mejor best-seller de los best-seller. Y habré triunfado, porque ese es el objetivo de la literatura.

Me he prometido no olvidar

Me he prometido no olvidar

Hoy escribir poesía me parecería una falta de respeto. Hoy me he prometido no olvidar. Dejar una pequeña constancia aquí, para que nunca quede demasiado lejos todo lo que está ocurriendo. Recordaré por aquellos que insisten en desprestigiar la memoria. Me lo he prometido porque he comprendido que ya los votos son secundarios. No quedarme en el conformismo. Saber que llevarles la contraria conlleva su violencia; y que pretenden que permanezcamos quietos y callados, recibiendo de buena gana sus golpes. Cualquier causa se ha visto ensombrecida por la represión de hoy, domingo, 1 de octubre. He visto imágenes que tardaré en desdibujar de mi cabeza:

(Desconozco su autor)

Y no hablemos de los vídeos:

No lo dudes, patadas por la democracia. Queremos que se queden y por eso se lo recordamos a base de palizas lo buenos que somos. El referéndum es ilegal, quién osa hacer algo ilegal. Nadie en la historia ha roto con la legalidad para llegar a donde estamos, por favor. Claro, la legalidad es un fantasma para ellos cuando se trata de defender su causa. Defendemos la democracia impediendo unos votos, nadie ama más que nosotros a la democracia. 844 heridos de la democracia. Deberían estar contentos esos heridos, han sido atacados democráticamente por los representantes de la democracia. Es justo. Es la violencia de todos.

Si yo, lejos de toda la violencia, así me he prometido recordar, imaginad aquellos que han sentido los golpes en su cuerpo. No olvidarán jamás. Los hemos perdido para siempre. Han logrado justo lo contrario a lo que querían; ya no tienen motivos por los cuales querer permanecer junto a nosotros.

Hablaba de las raíces hace poco, pero me olvidé de que algunas siguen llenas de veneno del pasado. Han sido otras raíces las que han sacado a la vista lo peligroso del mismo. No me gusta ninguna de esas raíces, no comparto sus caminos, pero que pretendan arrancarlas del subsuelo por la fuerza por querer seguir, libremente, con su camino, es penoso. La democracia dura hasta que sus dueños se dan cuenta de que les llevan la contraria.

Urnas que muerden

Urnas que muerden

Vigilar una urna es como acordonar las raíces de un árbol por encima de la tierra, inútil. Las raíces continúan perforando la roca aunque detrás de ella se encuentre un acantilado y todo acabe ahí. Yo prefiero que los árboles, todos, junten sus ramas y creen un frondoso suelo en el techo para poder estar más cerca del sol, pero eso es lo que yo quiero. Bosques de los jamás vistos, de los que sé que nunca tendremos. No me refiero a un suelo, sino a todos los suelos juntos. Suelos del sur, este, norte y oeste juntos formando un nuevo cielo. Eso es lo que quiero yo, tristemente un solo árbol entre los millones que hay, y ni pretendo ni quiero, porque sé que no puedo, ni debo, acallar al resto. Al final todo lo que veo son mordiscos. Mordiscos que no dejan huella en la piel. La dejan más cerca del interior, donde los fallos son más visibles. Mordiscos que al arrancar la carne dejan visible el cáncer que ocultaba. Y luego el resto de cánceres, listos como ellos solos, verán el ajeno que ha quedado a la vista, y aprenderán de él. Y supongo que así seguirá todo, cánceres ocultos que ya forman parte de nosotros tanto como nuestra piel.

Sigo sin saber escribir

Sigo sin saber escribir

A veces no sé qué escribir, y me asusto. Corro más rápido que las balas, me descompongo mejor que los cadáveres y doy mejor sombra que el sol, pero sigo sin saber qué escribir. Algo se llena, y se llena, y se llena, y se llena, y se llena, que ojalá explotase, pero sé que no va a hacerlo. Explotar en mil pedazos sería bonito; tendría un fin, un objetivo. Es un globo eterno, nube de veneno, que me llena por dentro. Dentro de mí cabe todo, una perfección de plenitud negra. Y sigo sin saber escribir. Sigo sin saber escribir, porque si supiera hacerlo, hubiese escrito esa carta de despedida hace mucho tiempo… Por ahora tan solo un prólogo.