Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Categoría: Blog personal

Reflexiones de una vida sin experiencia

Reflexiones de una vida sin experiencia

Dentro de un mes, casi exacto, se me ha dado la oportunidad de hacer una pequeña presentación de mi primer poemario, ya sabéis, el ‘estacionario’. Todo se encuadra en una serie de presentaciones y actividades pertenecientes al conocido «Agosto Clandestino», ciclo logroñés sobre poesía. Estos días he estado asistiendo a varias de estas exposiciones y me he dado cuenta de una cosa: soy muy joven.

Ante mí han pasado multitud de autores de renombre, pero sobre todo, autores con una edad. Cuentan sus experiencias, sus vivencias, sus viajes. Si algunos hasta tienen hijos o colaboran con importante medios. Y yo me quedo pensando… ¿Qué les va a contar un retaco de 24 años? Un retaco que no llega al cuarto de siglo y que no ha salido en su vida de la ciudad en la que siempre ha vivido. Alguien que su experiencia vital es la propia de una persona de Logroño; escasa.

Tampoco me he puesto nervioso porque sé que me he hecho a mí mismo como un ser sin vergüenza, pero va a ser curioso ver cómo les cuento una chapada sin importancia a personas con una experiencia vital interesantísima, mucho más que la mía. Personas que veo que escriben, en parte, para crear belleza, cuando para mí es un ejercicio absolutamente egoísta; escribo porque si no me ahogo. Aunque supongo que para estas cosas de la poesía las experiencias que más valen son las de dentro, las que cuesta plasmar en papel, y para eso el viaje es más o menos infinito dentro de todos nosotros. En ese aspecto, viajar, he viajado.

¿Quién comparte mi almohada?

¿Quién comparte mi almohada?

Al principio apenas era la percepción de que yo no estaba solo en mi cuarto. No es que percibiera algo, simplemente, en mi mente sentía que no era la única persona que estaba allí. Era como si me notase observado, pero obviamente no había nadie a mi alrededor. Tras los primeros minutos de incertidumbre conseguía dormirme al poco tiempo.

Todo empezó a empeorar cuando una noche, mientras dormía apoyando la parte derecha de mi cuerpo, encogido, en posición fetal, noté que el colchón se hundía hacia abajo. Incluso los muelles del somier sonaron. Yo no hice ningún movimiento; sentí que un peso se tumbaba a mis espaldas. El miedo me atenazó por completo y no me atreví ni a darme la vuelta ni a levantarme. Seguí con los ojos cerrados el tiempo suficiente como para que el esfuerzo por no abrirlos me sumiera en el sueño. Noche tras noche sentía ese peso que se desplomaba en el colchón. Llegué a pensar que, como no sucedía nada más, tampoco era algo del todo malo.

Pero el suceso no frenó ahí. En los días siguientes, después del hundimiento del colchón noté como una masa caliente se recostaba en mi cadera. La primera vez un pequeño grito se escapó de mi boca, pero a medida que pasaron los segundos me di cuenta de que esa masa caliente tenía la forma de una mano. Incluso notaba los dedos que se intentaban agarrar a mi carne, no de una manera violenta, sino como para acariciarme. Con el paso de los días, más que inquietud, sentía nerviosismo por sentir si aquella mano volvería a abrazarme con su delicadeza. Aquel proceso se volvió rutina y yo, al meterme en la cama tan solo tenía en la mente la idea de sentir aquello de nuevo. Ha habido muchos días en los que, tardando más de lo habitual, he empezado a sentirme ansioso por pensar que la caricia no llegaría.

He empezado a necesitarla. Lo lógico es que ahora, tranquilo como estoy al saber que, ya no que sea peligroso, sino que me acompaña en las noches y me produce sosiego, me diese la vuelta para ver quién o qué es mi acompañante. Pero no me atrevo. No me atrevo porque siento el terror de que, si me atrevo a mirar hacia atrás, esa caricia, esa presencia, desaparezcan, para volver a estar solo, tan solo como antes estaba y siempre he estado. Para mí no es una opción saber la verdad. Sin duda estoy más contento así que enfrentándome al misterio. Hasta me atrevería a decir que me dan igual por completo las futuras consecuencias que esto tenga.

Pero claro, aun sabiendo todo lo que siento y lo mucho que la necesito… ¿Por qué está noche soy yo el que abraza mi cuerpo?

Resultado de imagen de terror nocturno

Imagen sacada de https://aminoapps.com/

Ella

Ella

Una y otra vez siempre pasa lo mismo. Soy una hoja infinita destinada a caer de su rama en el pasar del tiempo eterno para no ser recogida por nadie, salvo su soledad. Soy un otoño perpetuo, no hay nacimiento en mí. No sé cómo pasó, tan solo siento el dolor. Un dolor sin motivo alguno, está ahí porque forma parte de mí tanto como estos pensamientos, pero no sé de dónde viene. El dolor afecta menos si sabes por qué lo sientes, cuando este es un misterio oculto la desesperación y la duda de por qué te ha tocado sentir eso es lo que de verdad te mata por dentro. Si se sufre sabiendo, es más fácil llevar el castigo. La duda te esclaviza.

Siempre estoy en la oscuridad cerca de una curva. Durante horas tan solo siento el dolor que me trajo allí a la vez que el frío calando todos mis huesos. Mi cuerpo es un calambre constante que me recorre desde el cuello al tobillo. Ninguno de esos coches guarda en su interior la persona idónea –dudo que exista-, por lo que tengo que esperar a que, con suerte, dos personas por día sean las que se paren. Los demás, todavía no he llegado a comprenderlo, simplemente no consiguen verme. Al principio siempre me muestro como no soy, es decir, coqueta pero asustadiza a la vez, para que accedan a llevarme. La mayoría de veces tan solo quieren aprovecharse de mí, por lo que no siento lástima alguna cuando tras desaparecer al decirles que yo me maté en esa curva siento que su cabeza nunca jamás vuelve a ser la misma.

Sin embargo, en los trayectos en los que mi acompañante se muestra gentil y educado es cuando más sufro. De forma sincera se preocupan por mí y no entienden qué hago a esas horas en una carretera tan solitaria. Pero por muy puros que sean esos pocos corazones, cuando llegamos a la desdichada curva, todos frenan en seco para ver como yo, sin quererlo en verdad, he desaparecido. Aunque mi corazón anhele quedarme a su lado, sentir el calor que mis músculos ya no desprenden y sí los de ellos, yo siempre desaparezco irremediablemente. Y lo peor de todo es que siento que sus mentes, las mentes de esos pocos buenos, no son trastocadas. Cuando desaparezco y deciden reanudar la marcha lo único que veo es verdadera preocupación en su pecho. Ni miedo ni sorpresa, sino pensamientos dirigidos hacia mí y mi paradero.

Me mataría, pero ya lo estoy. Me dejaría, pero no puedo. Mi cuerpo es un ancla que me obliga siempre a situarme al lado de la carretera lo suficientemente cerca de la curva como para poder volver a ella. Grito, pero mi boca no me deja. Todo es esperar, esperar y esperar a algo o alguien que sé que no va a venir. Pero qué puedo hacer yo más que avisar a otros de esa curva, en la que ni tan siquiera sé si yo morí.

Situación imprevista

Situación imprevista

Han sido varias horas de auténtico dolor. Lo único que he sentido son sus golpes y una angustia terrible en el pecho que apenas me deja respirar. No sé ni cómo pasó, simplemente noté unas fuertes manos que me apretaban en la cintura y un brazo musculoso de repente rodeó mi cuello sin apenas dejarme respirar. Me dijeron que no me resistiera para que no me pasase nada. De repente noté cómo todo mi cuerpo se levantaba y cómo me lanzaban a un automóvil. Desde entonces todo han sido golpes, insultos y gritos en mi cara.

Noto unos pasos. Parece que alguien se acerca. Me quitan la bolsa de la cabeza que me pusieron nada más entrar al coche. Cubren sus caras con máscaras caricaturescas de presidentes de los Estados Unidos. Uno se adelanta –Lincoln- y me habla con una voz claramente distorsionada por algún mecanismo:

-Coge tu móvil y llama a algún familiar. Finge que todo está bien, que pasarás la noche fuera porque al final se ha prolongado aquel congreso al que tenías que asistir este fin de semana. Que les echas de menos. Que te lo dijeron a principios de la semana pero que con tanto estrés se te ha pasado. ¡Y no hagas tonterías! Ponlo en manos libres, te estaremos escuchando.

-No tengo saldo – Digo.

-Espera un momento… ¿Qué? Que no tienes saldo.

-Sí, llevo dos semanas sin saldo. Es que yo… S-sabe usted, no tengo contrato, ni datos ni tarifas de esas. Es que yo no me aclaro. Yo no utilizo Internet. Me meto diez euros al mes para mis llamadas importantes y ya está. Enti…

– ¡Calla! – Su compañero me da un fuerte golpe con la culata de su pistola en la boca. Empiezo a sangrar bastante y noto con la lengua que dos o tres dientes se mueven demasiado.

-Pero ahora qué hacemos. Esto no ha pasado nunca. Hostia, me refiero, 2018 y hay alguien que tiene saldo – Hablan entre ellos, supongo que mirándose con los ojos, sin saber que hacer realmente.

-Bueno… Espera, toma mi móvil – Uno de ellos, el más alto, me ofrece un teléfono móvil, bastante bueno por cierto.

– ¿Pero qué haces? – El otro, el músculos de la banda se interpone en la entrega y le da un empujón en el pecho – Así van a tener nuestro numero en cuanto quieran.

-Que no, que lo pongo en privado.

– ¿Pero tú eres idiota?

Y aquí estoy yo, maniatado, dolorido, viendo cómo dos secuestradores –o eso dicen que ellos son- se pelean entre sí porque no tengo saldo en el móvil. Mi mujer a veces me lo ha echado en cara e incluso mis hijos me llaman antiguo, pero quién iba a decir que gracias a no tener saldo iba a tener una distracción suficiente para esos bestias, que no se están dando cuenta de que he deshecho el nudo que me amarraba las manos y que me estoy yendo por la puerta que se han dejado abierta…