Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Categoría: Blog personal

Estimada madre:

Estimada madre:

Le escribo desde la tranquilidad que da la noche. Al parecer (me he enterado hoy), los aviones no se fían de hacer sus bombardeos con la luz de la luna por la baja visibilidad, vaya a ser que hieran a los suyos. Jah… Los suyos, como si nosotros no fuésemos de los suyos, ¿verdad madre? Ahí tenemos a Marquitos, luchando con los otros, y él sigue siendo tan mío como cuando éramos chicos. Suyos, nuestros, no llego a entenderlo del todo, la verdad.

Tampoco llego a comprender del todo esos discursos que echan por la radio o los que nos dan los señores que vienen con traje. Dicen muchas palabras pero a mí todo me suena a guerra, a odiar y a que sigamos disparando. Y a mí eso de disparar no me place. Ya sabes madre que en el pueblo era de los mejores cazadores, que nada me gustaba más que disparar a perdices, codornices, y cuando era época, a los venaos… Pero es que eso es distinto. Madre, creo que he matado a un hombre. Fue la semana pasada. Se me puso en el punto de mira y disparé. Pura costumbre. No sé ya cuántos cargadores llevaré gastados, aquello fue un tiro sin querer. Al principio no le di más importancia de la que tiene, simplemente vi desaparecer al hombre. Pero luego por las noches la imagen me venía una y otra vez a la mente. ¿Y si ese hubiese sido Marquitos? Sé que no, aquel hombre era menudo y ya sabemos todos lo alto que está Marquitos, pero… Pudiera haber sido él. Mi dedo fue más rápido que mi mente. No hubiese podido detener aquel tiro. Nada de esto tiene sentido.

Nos dicen que sigamos, que vamos ganando terreno, que es mejor para nosotros y que el enemigo es peor que Belcebú. Que ya sabe usted madre que me metí en esto por algo. Que se nos estaba quedando mal sitio para vivir y que el cambio era necesario. Y quería defenderles a ustedes. Que sigo creyendo que todo esto es por el bien común, que dentro de los otros hay malcriados que no tienen respeto por nada… Pero ojalá hubiera una manera más humana. Eso es lo que estoy sintiendo madre, que se nos va la humanidad poco a poco en cada tiro que pegamos. Que puede que ganemos esto, que puede que dentro de muchos años la excusa de tanta sangre derramada nos alivie… Pero, ¿podré olvidar alguna vez todo lo que he visto? No quiero darle detalles porque prefiero que solo sepa lo necesario, pero ya le digo que nada de lo que he visto podría jamás merecer ninguna excusa.

Pero yo no puedo hacer nada. Ojalá toda esta pasión se utilizase en hacer todo de mejor manera. Luchar por lo que de verdad merece la pena perder sangre. Yo lucharía por usted, madre, y por toda la familia. Y en parte eso pretendo, que no lleguen hasta donde están ustedes. Pero aquí no se lucha ni por el bien común ni por los seres queridos. Aquí se lucha por ideas que yo no entiendo. Que si unas banderas, territorios. En el pueblo solo entendemos de tierra, ¿verdad madre? y quien me diga que su bandera no es otra sino el sol, es un necio. Se me queda grande esta guerra.

Más adelante en esta semana le escribiré algo más largo, que ahora ya me están echando la bronca por utilizar la linterna a estas horas. No dejo dormir a los compañeros quiero decir. Como siempre le digo, todos los besos que se pueda imaginar se quedan cortos. Cuídese y salga poco a la calle; las personas ya no son las mismas después de tanto odio. Espero volver a verla pronto, pero es un deseo iluso. Esta guerra, aunque termine, durará siempre. Si Marquitos escribe por fin, que seguro que lo hará, dígale que su hermano mayor piensa en él todos los días. Que si me ve no dispare a matar, que con darme en un pie es suficiente.

Hasta pronto madre.

Reflexiones de una vida sin experiencia

Reflexiones de una vida sin experiencia

Dentro de un mes, casi exacto, se me ha dado la oportunidad de hacer una pequeña presentación de mi primer poemario, ya sabéis, el ‘estacionario’. Todo se encuadra en una serie de presentaciones y actividades pertenecientes al conocido «Agosto Clandestino», ciclo logroñés sobre poesía. Estos días he estado asistiendo a varias de estas exposiciones y me he dado cuenta de una cosa: soy muy joven.

Ante mí han pasado multitud de autores de renombre, pero sobre todo, autores con una edad. Cuentan sus experiencias, sus vivencias, sus viajes. Si algunos hasta tienen hijos o colaboran con importante medios. Y yo me quedo pensando… ¿Qué les va a contar un retaco de 24 años? Un retaco que no llega al cuarto de siglo y que no ha salido en su vida de la ciudad en la que siempre ha vivido. Alguien que su experiencia vital es la propia de una persona de Logroño; escasa.

Tampoco me he puesto nervioso porque sé que me he hecho a mí mismo como un ser sin vergüenza, pero va a ser curioso ver cómo les cuento una chapada sin importancia a personas con una experiencia vital interesantísima, mucho más que la mía. Personas que veo que escriben, en parte, para crear belleza, cuando para mí es un ejercicio absolutamente egoísta; escribo porque si no me ahogo. Aunque supongo que para estas cosas de la poesía las experiencias que más valen son las de dentro, las que cuesta plasmar en papel, y para eso el viaje es más o menos infinito dentro de todos nosotros. En ese aspecto, viajar, he viajado.

¿Quién comparte mi almohada?

¿Quién comparte mi almohada?

Al principio apenas era la percepción de que yo no estaba solo en mi cuarto. No es que percibiera algo, simplemente, en mi mente sentía que no era la única persona que estaba allí. Era como si me notase observado, pero obviamente no había nadie a mi alrededor. Tras los primeros minutos de incertidumbre conseguía dormirme al poco tiempo.

Todo empezó a empeorar cuando una noche, mientras dormía apoyando la parte derecha de mi cuerpo, encogido, en posición fetal, noté que el colchón se hundía hacia abajo. Incluso los muelles del somier sonaron. Yo no hice ningún movimiento; sentí que un peso se tumbaba a mis espaldas. El miedo me atenazó por completo y no me atreví ni a darme la vuelta ni a levantarme. Seguí con los ojos cerrados el tiempo suficiente como para que el esfuerzo por no abrirlos me sumiera en el sueño. Noche tras noche sentía ese peso que se desplomaba en el colchón. Llegué a pensar que, como no sucedía nada más, tampoco era algo del todo malo.

Pero el suceso no frenó ahí. En los días siguientes, después del hundimiento del colchón noté como una masa caliente se recostaba en mi cadera. La primera vez un pequeño grito se escapó de mi boca, pero a medida que pasaron los segundos me di cuenta de que esa masa caliente tenía la forma de una mano. Incluso notaba los dedos que se intentaban agarrar a mi carne, no de una manera violenta, sino como para acariciarme. Con el paso de los días, más que inquietud, sentía nerviosismo por sentir si aquella mano volvería a abrazarme con su delicadeza. Aquel proceso se volvió rutina y yo, al meterme en la cama tan solo tenía en la mente la idea de sentir aquello de nuevo. Ha habido muchos días en los que, tardando más de lo habitual, he empezado a sentirme ansioso por pensar que la caricia no llegaría.

He empezado a necesitarla. Lo lógico es que ahora, tranquilo como estoy al saber que, ya no que sea peligroso, sino que me acompaña en las noches y me produce sosiego, me diese la vuelta para ver quién o qué es mi acompañante. Pero no me atrevo. No me atrevo porque siento el terror de que, si me atrevo a mirar hacia atrás, esa caricia, esa presencia, desaparezcan, para volver a estar solo, tan solo como antes estaba y siempre he estado. Para mí no es una opción saber la verdad. Sin duda estoy más contento así que enfrentándome al misterio. Hasta me atrevería a decir que me dan igual por completo las futuras consecuencias que esto tenga.

Pero claro, aun sabiendo todo lo que siento y lo mucho que la necesito… ¿Por qué está noche soy yo el que abraza mi cuerpo?

Resultado de imagen de terror nocturno

Imagen sacada de https://aminoapps.com/

Ella

Ella

Una y otra vez siempre pasa lo mismo. Soy una hoja infinita destinada a caer de su rama en el pasar del tiempo eterno para no ser recogida por nadie, salvo su soledad. Soy un otoño perpetuo, no hay nacimiento en mí. No sé cómo pasó, tan solo siento el dolor. Un dolor sin motivo alguno, está ahí porque forma parte de mí tanto como estos pensamientos, pero no sé de dónde viene. El dolor afecta menos si sabes por qué lo sientes, cuando este es un misterio oculto la desesperación y la duda de por qué te ha tocado sentir eso es lo que de verdad te mata por dentro. Si se sufre sabiendo, es más fácil llevar el castigo. La duda te esclaviza.

Siempre estoy en la oscuridad cerca de una curva. Durante horas tan solo siento el dolor que me trajo allí a la vez que el frío calando todos mis huesos. Mi cuerpo es un calambre constante que me recorre desde el cuello al tobillo. Ninguno de esos coches guarda en su interior la persona idónea –dudo que exista-, por lo que tengo que esperar a que, con suerte, dos personas por día sean las que se paren. Los demás, todavía no he llegado a comprenderlo, simplemente no consiguen verme. Al principio siempre me muestro como no soy, es decir, coqueta pero asustadiza a la vez, para que accedan a llevarme. La mayoría de veces tan solo quieren aprovecharse de mí, por lo que no siento lástima alguna cuando tras desaparecer al decirles que yo me maté en esa curva siento que su cabeza nunca jamás vuelve a ser la misma.

Sin embargo, en los trayectos en los que mi acompañante se muestra gentil y educado es cuando más sufro. De forma sincera se preocupan por mí y no entienden qué hago a esas horas en una carretera tan solitaria. Pero por muy puros que sean esos pocos corazones, cuando llegamos a la desdichada curva, todos frenan en seco para ver como yo, sin quererlo en verdad, he desaparecido. Aunque mi corazón anhele quedarme a su lado, sentir el calor que mis músculos ya no desprenden y sí los de ellos, yo siempre desaparezco irremediablemente. Y lo peor de todo es que siento que sus mentes, las mentes de esos pocos buenos, no son trastocadas. Cuando desaparezco y deciden reanudar la marcha lo único que veo es verdadera preocupación en su pecho. Ni miedo ni sorpresa, sino pensamientos dirigidos hacia mí y mi paradero.

Me mataría, pero ya lo estoy. Me dejaría, pero no puedo. Mi cuerpo es un ancla que me obliga siempre a situarme al lado de la carretera lo suficientemente cerca de la curva como para poder volver a ella. Grito, pero mi boca no me deja. Todo es esperar, esperar y esperar a algo o alguien que sé que no va a venir. Pero qué puedo hacer yo más que avisar a otros de esa curva, en la que ni tan siquiera sé si yo morí.