Estos meses han sido complicados para todos. Lo mejor que te ha podido pasar es no perder a nadie. Se nos ha arrebatado trabajos, oportunidades, vacaciones, momentos y, tristemente, también seres queridos. Nos queda el consuelo de recordarlos siempre, cultivar una parcela en nuestras mentes para guardar su presencia. Necesitamos saber que algo de ellos siempre vivirá dentro de nosotros, o, al menos, ser un reflejo de lo que somos gracias a ellos. Sin dudar el recuerdo es ese rincón que la muerte no puede llegar a traspasar del todo, ese pequeño pedazo de realidad del que somos dueños y señores. Nadie nos puede arrebatar los momentos pasados, y es ahí donde viven los que ya no están. Sin son recordados, en cierta medida, nunca mueren.
Pero esto no siempre es así. Hace poco, mientras comía con mis padres en uno de esos martes que pueden ser jueves aunque en verdad son miércoles, una noticia trágicamente llamativa apareció en la televisión:
Y no supe qué pensar, porque ese consuelo del que hablaba antes, desapareció. Siempre he creído que por muy mal que hagamos las cosas en vida, tendremos unas manos para aferrar fuerte cuando llegue nuestro final. Saber que tu vida ha merecido la pena, que los lloros, riñas y tragedias al final te han otorgado una vida con la gente que más quieres. Tener miedo a esa brecha infinita, no por desaparecer, sino por no volver a gozar con su presencia. Que los que te rodean te hagan sentirte importante. A estas 59 personas nadie les acompañó en la cama. Nadie lloró su pérdida. Nadie les dijo lo realmente especiales que eran. Nadie les recordará. No serán el espejo de un joven nieto o un trabajador hijo. Desaparecerán en un árbol genealógico hendido por el olvido y en su mitad perdido. Su lecho de muerte es una estadística sanitaria ya olvidada. Su lugar de descanso, semieterno. Después de diez años de alquiler deberán abandonar el nicho individual que nunca les ha pertenecido. No se les dejará ni morir en paz. Sufrirán una mudanza eterna y descansarán mezclados con otros de igual condición. Cadáveres errantes rogando ser un recuerdo.
Son los sin nadie, esas personas a las que se les ha negado incluso morir acompañadas. Han tenido que atravesar ese momento solas, abandonadas a su suerte. Acaso lo que haya allí, en lo desconocido, tendrá piedad con ellos. Al menos me queda el respiro de saber que allí son libres. Y pensar que una vez muertos, espere lo que les espere, será mejor que lo que tuvieron en vida… Tal vez lo que la vida les negó, se lo dará la muerte.