La apología del espectáculo
Esa persona ha muerto. Da igual quién. En su día fue alguien, después desapareció porque la noticia le adelantó por la izquierda, ahora vuelve a serlo porque le ha adelantado por la derecha. Las ratas se pelean por dar la primicia de ese adelantamiento, poniéndose en la casilla de llegada. Casi que el muerto no les alcanza.
Cómo murió, la última persona en verla con vida, cuántas veces lo había intentado anteriormente. «¿Se sufre mucho?» preguntan a los familiares. Comentan el aspecto del cadáver, si parece que ha sufrido o ha sido un suicidio alegre. Encuestas sobre quién de sus seres queridos sufre más. Ataques a quien muestra más entereza y palabras de alivio a los derrotados.
Y mientras todo esto pasa, no nos damos cuenta de que el muerto no importa. Puede ser ‘él’ o puede ser ‘ella’. Deportista retirado o estrella actual. Actor famoso o cantante en ciernes. Es indiferente. Alrededor de ellos se ha formado una nebulosa que apenas permite ver sus rasgos. Ya tan solo son noticia, espectáculo. Sus logros, mera información. Una excusa en forma de cuerpo. La razón por la cual perder todo atisbo de decencia y abandonarse a la elucubración. La apología del espectáculo rastrero y sucio.
Qué difícil es pelear contra esa nube gris.