Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

A 42 minutos de un examen, aunque son 49

A 42 minutos de un examen, aunque son 49

Aquí estoy, a 48 minutos de un examen, preocupado por lo que me pueda hacer. Ya ves, estoy preocupado sin haber pasado una página del temario con mis propias manos –literalmente; como si el resultado pudiera ser otro del que todos estamos imaginando-. O no, vete a saber, que lo mismo este examen es el centro de resonancia de un gran cambio, o igual no y simplemente lo suspendo. Pero me ha parecido más provechoso guardar estos minutos de incertidumbre futura para escribir un párrafo que en su breve extensión será más útil que cualquier examen que yo pudiera hacer; la libertad está en este texto. Frente a lo tenaz del estudio, la fuerza del pasado, el arraigo de la tradición, aquí estoy yo, redactando un texto inservible sin ningún propósito fijo venidero, pero lo estoy haciendo, libre y porque quiero.

Y ahora sí quedan 42, perdón 41, y aunque estoy un poco más preocupado por lo que pueda pasar, me voy a tomar el desayuno que tengo hinvernando –sí, se ha quedado como el hielo-, desayuno que junto a este texto han sido más provechosos para el género humano que 398 exámenes en 21 años.

Reflexiones desde Logroño I

Reflexiones desde Logroño I

Naces. Creces según la brújula aleatoria que siempre señala hacia el dinero. Vas a la escuela. Haces amigos -o mueres perdido en un país sin historia-. Aprendes a hablar, escribir, leer, sumar, restar, multiplicar, dividir, cantar, dibujar… el soñar ya es optativo. Instituto, riñas con tus padres, amor idílico de tres semanas, pelos por todas partes, lívido de conejo disparada, arrogante, estúpido, subnormal. Luego te serenizas un poco para darte cuenta de lo tonto que has sido, y ves que es demasiado tarde. Sexo, mucho sexo. O poco, poco sexo, según lo feo que puedas llegar a ser. Conocimientos inservibles en tu mente. Trabajo o estudio, al final siempre atado a algo que dicen que es tu futuro; tu futuro nunca eres tú. Pasa la vida. Dios existe si encuentras el amor. Encima David Bowie muerto. Tú eres hombre porque lo digo yo, sabré lo que hay en tu mente -ni lo sé yo-. Veinte años en un mismo sitio o veinte años errando sin curso, pero veinte años han sido, y nunca consigues lo que quieres, o consigues todo lo que quieres, que es lo mismo. Cierras los ojos. Hijos, hipotecas, guerras, responsabilidades. Donald Trump. Parpadeas de nuevo. Cama y regazo infinito. David Bowie no estaba muerto, acaso los dioses mueren. Ves las estrellas, esa de ahí ha cambiado, tanto como tú. Las arrugas aparecen tanto en tu cara como en el sofá de tu salón. Miedo, cólera, pérdida de lo que te hacía vivir. Te dejas llevar por la pena o la pena te lleva a ti otros veinte años. Finalmente, algo. Lo único que has sabido hacer bien en tu vida, morirte.

Armando Buscarini – Orgullo

Armando Buscarini – Orgullo

» Aunque sufra del mundo los desdenes
de mi vida de artista en la carrera;
aunque pasen altivos a mi paso
los hombres de alma ruin que nunca sueñan;
aunque salgan aullando a mi camino
los famélicos lobos que me acechan
con la envidia voraz; aunque en mi lucha
hambre y frío sin límites padezca;
aunque el mundo me insulte y me desprecie
y por loco quizás también me crean;
aunque rujan tras mí ensordecedoras
tempestades de envidia; aunque me vea
harapiento y descalzo por las calles,
inspirando piedad e indiferencia;
y, en fin, aunque implacables me atormenten
las más grandes torturas, aunque vea
que a mi paso se apartan las mujeres
por ver con repugnancia mi pobreza
( pero quizás ignorando de mi alma
el tesoro de ensueño que se alberga),
nada me importará, porque yo siempre,
caminando sereno por la tierra,
con el alma latiendo por la gloria
y flotante a los vientos mi melena,
iré diciendo al mundo con voz fuerte,
¡ con voz en la que vibre mi alma entera!:
-Es verdad que yo sufro; pero oídme:
¿ qué me importa sufrir si soy poeta? «

Reflexiones desde Málaga IV

Reflexiones desde Málaga IV

Intento preservar mis memorias robando libros. No me entendáis mal, mi abuela me dio permiso para robar, no sé si por indiferencia o por librarle de malos recuerdos. Mi robo predilecto, lento pero efectivo, es el de una serie enciclopédica para adolescentes de los 80s con portada roja. No lo robo por su contenido, a día de hoy anticuado, infantiloide e inservible, sino por su olor. Ese olor, irrepetible, a libro antiguo mezclado con recuerdos de oro, es vida. He adivinado ese olor, parecido, no igual, en otros libros, y todos ellos eran importantes para sus dueños. ¿Es acaso el olor del cariño?

Además no es solo un olor, es un símbolo. Un símbolo de cuando los libros solo eran libros. Para mí no existían ni los tratados políticos ni los de brujería. Ni tan siquiera los libros de texto o los cuentos. Esos libros eran la experiencia primera de un amor que nadie podría entender en el futuro. Eran una compleja ecuación que muchos aún a día de hoy continúan intentando resolver –pese a que muchos sabemos que no tiene solución-.

Tengo miedo de que se trate de un secuestro por mi parte, pero los necesito a mi lado. Dejarlos a la intemperie de una terraza con el viento de levante desgarrando sus páginas siempre me ha parecido un desperdicio para los recuerdos de muchas personas.

Reflexiones desde Málaga III

Reflexiones desde Málaga III

Era cabezón, de testa hermosa por decirlo bonito, con orejas pequeñas y puntiagudas –que aún conservo-, y de enorme frente –a la que se han incluido bultos sobre las cejas-. Han pasado muchas cosas… Rotura de un hueso, fisuras en mil sitios, golpes hospitalarios en la cabeza, doquier por malformaciones, problemas vertebrales en el testículo, cicatrices demasiado pequeñas, dolores de viejo en las piernas, pies en forma de meandro, estómago de rumiante; las enfermeras se asombran de los veintiún años bien pasados. Pero en esencia sigo siendo el mismo: pies pequeños, mirada fija pero enjuta, labios carnosos y piel clara. Los cambios apenas son unos kilos de más, unos centímetros capilares de sobra y problemas pretendidos por capricho.

En otro orden de cosas, el gotelé que recuerdo no es el que hay ahora, mejor en todos los sentidos. Pero es como esas realidades, que aunque mejoradas, se recuerdan con más fervor en el pasado. Aquel gotelé era puntiagudo, mal echado, casi prehistórico, pero era el que mis pequeñas manos rozaban con cariño, doliéndome, recordándolo. Era un mar blanco, como la mar picada, que aunque fea, enternece y admira. El de ahora, bueno, es más bonito, más cómodo y más útil, pero no es lo que quiero.