Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

La farola durmiente

La farola durmiente

Érase una vez una farola solitaria, triste y desesperada. El resto del mobiliario público siempre se burlaba de ella porque, estando tan arriba, nadie podía hacerle caso. Los únicos seres que se le acercaban eran perros y humanos, pero no para saludarla, sino para mancharla impúdicamente. Ella se sentía sola, solísima, y tenía la certeza de que nunca jamás iba a encontrar el compañero ideal. Por ello, un día decidió apagar su luz por siempre y permanecer marchita hasta encontrar fiel compañía.

Un buen día toda su ciudad se engalanaba. Todos los rincones de su calle estaban siendo decorados, limpiados… En su sueño eterno, sintió verdadera esperanza por compartir, aunque fuese tan solo un minuto, la compañía de alguien. Todos tuvieron amigos pasajeros aquellos días, menos ella. Ninguna bandera, ningún limpiador se le acercó. Pasos de cebra, aceras, bancos, todos recibieron algo, menos ella, que seguía triste, solitaria y muerta.

El gran día llegó. Ella ya había perdido toda ilusión por encontrar a alguien, por lo que simplemente se limitó a observar qué ocurriría ese día tan especial, como un cadáver, a la vista de todos, colocado. Soldados, tanques, coches, la calle empezó a estar repleta de ellos. Pero nadie le hacia caso. Miles de personas, y nadie se paraba a pensar en ella.

Todo había comenzado con normalidad. En un momento de aquello que parecía un desfile de inseguridades -porque ella pensó que tanta arma no podría tener otra razón-, vio cómo, lo que al principio pensó que eran dos pájaros, se acercaban a la ciudad con paracaídas. Uno de ellos, en un momento que la gente aplaudió, desplegó una bandera. Poco a poco se fueron acercando, incluso estuvieron muy cerca de ella. Aquella esperanza resurgió, pero desvaneció rápidamente cuando el primero de aquellos soldados aterrizó a su lado sin ni tan siquiera mirarla.

Pero aquel segundo soldado no seguía la misma ruta que el primero, sino que mediante curvas, se acercaba más y más hacia ella. Cuando todos, incluso la farola, pensaban que iba a aterrizar en el suelo junto a aquella bandera que tanto parecía importar, sucedió lo inesperado. El soldado, viendo la quietud y desesperanza de la farola, decidió abandonar su misión para consolar esa soledad y besarla con todas sus fuerzas. Humano, paracaídas y bandera se fundieron en un beso de sentimientos latentes. Era el primer cariño que recibía la farola, por lo que amarró aun con más fuerza a aquel príncipe caído del cielo mientras poco a poco despertaba del fatal letargo. Luego la bandera siguió su camino, era lo único que importaba a todos esos miles de humanos. Pero su salvador se quedó con ella, y la farola fue la farola más afortunada del mundo en un mundo que sentía que ahora sí le pertenecía.

Si una farola quieres evitar,
al estado español no servirás.

Si el aire te gusta catar,
la farola debes esquivar.

Farolas van, farolas vienen,
vigila el frente y no te avientes.

(Momento del beso)
Pensamientos de un peregrino hogareño

Pensamientos de un peregrino hogareño

No sé qué sentimiento provoca el escuchar cómo alguien le describe a un turista tu ciudad. Ver cómo tal iglesia o monumento les provoca ilusión, curiosidad, deseo. Tú, que vivías en la ciudad más aburrida del país, de repente ves que esta fascina a otros. Y te quedas sin palabras porque ya no sabes qué pensar. A lo mejor eres tú el que no sabe mirar con buenos ojos. ¿Los tuviste alguna vez? Acaso los perdiste depositando el alma en una ilusión que derramaba vacío entre las fugas del pensamiento.

¿Pero no era objetivamente triste? ¿No era la ciudad la que me aplastaba con su terrible monotonía de reloj antiguo? Las horas que pasaban como metralla de vida y los días que se alargaban hasta el lado oculto de la luna. En ese punto sin sentido te sentías tú, pero no te encontrabas.

Pero veo que me equivocaba. Si otros ríen y gozan en la ciudad del eterno nada, por qué siento que no soy nada de eterno. Que no me expando entre las calles mientras mi risa regala alegrías a los gorriones que depositan su canto a fondo fijo. Ay que tengo un ancla, que un ancla tengo, que mira al cielo mientras el corazón se me hace hielo.

Diario de a bordo (6)

Diario de a bordo (6)

Me encuentro en la última corrección. Los cambios que estoy haciendo ahora no dejan de ser ciertas comas en lugares específicos y pequeños cambios de palabras que ahora quizás no me encajan tanto como antes. No ha habido grandes cambios en este tiempo y todo se va a quedar con el orden original.

He decidido atrasar la inclusión de un prólogo de otra persona para el momento de una hipotética edición o una publicación . A día de hoy no tengo para nada claro el tipo de prólogo -incluso de persona- que quiero que aparezca, así que prefiero dejar tiempo a este tema.

Es seguro que para finales de este mes esté iniciando ya el proceso de introducción del libro en el registro de la propiedad intelectual. Y esto es sin duda un consejo para todo el mundo que esté escribiendo algo: registrad vuestra obra antes de iniciar el proceso de publicación. Siempre hay que pensar un poco mal de los posibles editores que se intenten aprovechar de nosotros.

Además, el Máster se está poniendo bastante asqueroso, así que debo «quitarme de encima» todo esto lo antes posible.

Diario de a bordo (5)

Diario de a bordo (5)

El poemario está terminado. Ahora me encuentro en el terrible juego del orden de los poemas. Normalmente importa bien poco, porque al ser una lectura mucho más lenta que la de una novela, por poner un ejemplo, el lector puede acudir a un poema siempre que quiera dándole igual en qué lugar del poemario está. No es un poemario conceptual quiero decir. Siempre o casi siempre soy yo. Pero en mi insistente cabeza no deja de aparecer constantemente la idea de que SÍ es verdaderamente importante el orden de los poemas. Le he hecho caso, aunque principalmente tan solo estoy cambiando el orden del primer y último poema de cada capítulo., para que el lector se quede con una sensación determinada al finalizar la lectura de cada apartado.

Todavía no tengo el prólogo de otro autor / persona, aunque ya tengo varias personas en mente. Oscilo entre la idea de que lo haga otro autor o dejárselo a algún familiar que poco o nada tenga que ver con la poesía, ya veré. Además, no sé si incluirlo antes o después de introducir el libro en el Registro de la Propiedad Intelectual, tengo que consultarlo. Sí he hecho, tristemente, un pequeño cambio al añadir en los agradecimientos a una persona que no debería verse ahí incluida.

Después del viaje a Berlín comenzará la odisea de rogar a las editoriales. Me he propuesto que hasta que llegue el año 2020 no me replantearé otra forma de edición, es decir, voy a estar todo lo que queda de año intentando que me editen. La autoedición quiero dejarla atrás porque exige demasiado sacrificio, lo he comprobado. Si no hay suerte ya probaremos otras formas de edición que estén a mi alcance…

Sigue la aventura…

Vahos del ayer

Vahos del ayer

Sabes que una pérdida es grande cuando prolongado es el silencio. Y eso es lo que siento, silencio en mi mente y en el corazón. Siempre duele cuando alguien se va, pero más lo hace cuando lucha, e igualmente, desaparece. Nos deja claro muchas cosas. Es curioso, porque junto a esa certeza de que se ha ido, afloran los recuerdos ya perdidos, y quizás lo mantienen un poquito más vivo.

Lo peor de todo esto es no saber, cuando ocurre, que esa ocasión es la última que verás a una persona. Y ese día estará predestinado a suceder sin que tú ni nadie podáis hacer nada para evitarlo; es la vida reclamando su espacio en nuestro tiempo. No saber cuál fue la última palabra que le dirigiste. Aunque me relaja pensar que, para combatir a la vida, bien sirven los recuerdos, que se quedan con nosotros hasta reunirnos con ellos. Seremos caducos, pero intensos.

Como dijeron los Flema…

El recuerdo siempre está
Aunque no lo quieras
Aunque no lo creas
En mi mente siempre está
Aunque no lo quieras
Aunque no lo creas

Porque si la inevitable vida decide hacer acto de presencia, honremos tu memoria siendo fieles a cómo eras, y démosle a la vida la lección que todos aprendimos de ti, luchar.

Descansa en paz Víctor, los vahos del ayer no se olvidan.

La apología del espectáculo

La apología del espectáculo

Esa persona ha muerto. Da igual quién. En su día fue alguien, después desapareció porque la noticia le adelantó por la izquierda, ahora vuelve a serlo porque le ha adelantado por la derecha. Las ratas se pelean por dar la primicia de ese adelantamiento, poniéndose en la casilla de llegada. Casi que el muerto no les alcanza.

Cómo murió, la última persona en verla con vida, cuántas veces lo había intentado anteriormente. «¿Se sufre mucho?» preguntan a los familiares. Comentan el aspecto del cadáver, si parece que ha sufrido o ha sido un suicidio alegre. Encuestas sobre quién de sus seres queridos sufre más. Ataques a quien muestra más entereza y palabras de alivio a los derrotados.

Y mientras todo esto pasa, no nos damos cuenta de que el muerto no importa. Puede ser ‘él’ o puede ser ‘ella’. Deportista retirado o estrella actual. Actor famoso o cantante en ciernes. Es indiferente. Alrededor de ellos se ha formado una nebulosa que apenas permite ver sus rasgos. Ya tan solo son noticia, espectáculo. Sus logros, mera información. Una excusa en forma de cuerpo. La razón por la cual perder todo atisbo de decencia y abandonarse a la elucubración. La apología del espectáculo rastrero y sucio.

Qué difícil es pelear contra esa nube gris.