Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Diario de a bordo (1)

Diario de a bordo (1)

El proyecto ‘Verano’ ha comenzado, originalidad ante todo.

El nuevo poemario va a cambiar un poco respecto al anterior. Aunque todavía recojo toda mi poesía a lo largo de las estaciones del año, en esta ocasión prefiero organizar los capítulos de distinta manera.

En principio, estos capítulos tendrán un hilo conductor, el cual tendrá una relación muy directa con el título del libro, que permanecerá oculto por ahora.

Toda la poesía que pretendo utilizar ya está escogida; ahora solo hace falta un proceso de criba para que no quede un poemario demasiado extenso.

Si todo va bien, el libro debería estar recopilado y registrado para finales de agosto – principios de septiembre. Después comenzará esa temida odisea de ir dando pena de editorial en editorial… Pero esa es otra historia.

Stag & Serpent
Reflexiones después de un velatorio

Reflexiones después de un velatorio

Vaivén de visitas, minutos que te faltaron o que quizás te sobraron. Minutos que restan para vernos ahí. Sorprendidos por la gente que te acude en romería, tristes porque no lo hicieran en vida, rotos como la nube que ha dejado caer un poco de abono sobre el ambiente ennegrecido de pena, que ya no puede borrar la negrura de tu interior.

Un hijo te llora por dentro, otro te llora a cántaros y yo te lloro así, supongo, quejándome en blanco y negro. Se me acabaron las penas en otros terrenos, abuelo, pero cantar siempre canto, y te cantaré. Lágrimas no te faltarán de tus ocho ángeles, seguro; espero que te mezan tranquilamente hasta donde llegues. Si no llegas… Que en mi intento estúpido de escribir llegues a otros sitios, aunque sea conmigo a un final anónimo pero lleno de suspiros satisfechos.

Mucho ruido para tanta muerte, tanta muerte para un solo hombre, que no ha querido repartirse entre todos, que te quería rápido para ella sola. Veintiún días, sus noches y sus días y sus lloros y sus penas. Te ha velado como nosotros lo hacemos ahora, tampoco puedo culparla, esto funciona así.

En abril que en abril llueve, en abril que en abril muere…

¿Quién comparte mi almohada?

¿Quién comparte mi almohada?

Al principio apenas era la percepción de que yo no estaba solo en mi cuarto. No es que percibiera algo, simplemente, en mi mente sentía que no era la única persona que estaba allí. Era como si me notase observado, pero obviamente no había nadie a mi alrededor. Tras los primeros minutos de incertidumbre conseguía dormirme al poco tiempo.

Todo empezó a empeorar cuando una noche, mientras dormía apoyando la parte derecha de mi cuerpo, encogido, en posición fetal, noté que el colchón se hundía hacia abajo. Incluso los muelles del somier sonaron. Yo no hice ningún movimiento; sentí que un peso se tumbaba a mis espaldas. El miedo me atenazó por completo y no me atreví ni a darme la vuelta ni a levantarme. Seguí con los ojos cerrados el tiempo suficiente como para que el esfuerzo por no abrirlos me sumiera en el sueño. Noche tras noche sentía ese peso que se desplomaba en el colchón. Llegué a pensar que, como no sucedía nada más, tampoco era algo del todo malo.

Pero el suceso no frenó ahí. En los días siguientes, después del hundimiento del colchón noté como una masa caliente se recostaba en mi cadera. La primera vez un pequeño grito se escapó de mi boca, pero a medida que pasaron los segundos me di cuenta de que esa masa caliente tenía la forma de una mano. Incluso notaba los dedos que se intentaban agarrar a mi carne, no de una manera violenta, sino como para acariciarme. Con el paso de los días, más que inquietud, sentía nerviosismo por sentir si aquella mano volvería a abrazarme con su delicadeza. Aquel proceso se volvió rutina y yo, al meterme en la cama tan solo tenía en la mente la idea de sentir aquello de nuevo. Ha habido muchos días en los que, tardando más de lo habitual, he empezado a sentirme ansioso por pensar que la caricia no llegaría.

He empezado a necesitarla. Lo lógico es que ahora, tranquilo como estoy al saber que, ya no que sea peligroso, sino que me acompaña en las noches y me produce sosiego, me diese la vuelta para ver quién o qué es mi acompañante. Pero no me atrevo. No me atrevo porque siento el terror de que, si me atrevo a mirar hacia atrás, esa caricia, esa presencia, desaparezcan, para volver a estar solo, tan solo como antes estaba y siempre he estado. Para mí no es una opción saber la verdad. Sin duda estoy más contento así que enfrentándome al misterio. Hasta me atrevería a decir que me dan igual por completo las futuras consecuencias que esto tenga.

Pero claro, aun sabiendo todo lo que siento y lo mucho que la necesito… ¿Por qué está noche soy yo el que abraza mi cuerpo?

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