Fuegos artificiales (28/09/2014)
Estos días en Logroño hemos celebrado nuestra fiesta grande, «San Mateo». Feria, conciertos, botellones y fuegos artificiales, lo típico y normal en unas celebraciones de ciudad. Este año, soso de mí, me he centrado exclusivamente en los fuegos artificiales, actividad que me fascina por la magia que desprende y por lo imposible de su acción que tiene en mí -y en otras muchas más personas, bien lo sé-.Aviso que el texto puede resultar un poco caótico y contradictorio, pero si consigo explayarme con la suficiente claridad, creo que al menos podréis atisbar lo que quiero interpretar.
No quiero escribir sobre cómo fueron, pues aparte de no interesarme en demasía, si soy sincero, no sé cómo se juzga si unos fuegos artificiales son de calidad o no -a mí me gustan a medida que son más ruidosos-. Lo que pretendo tratar de explicar en esta entrada es una sensación de añoranza y tranquilidad que los fuegos artificiales me transmiten. No sería algo demasiado excepcional si no fuesen precisamente fuegos artificiales, una de las actividades más ruidosas producidas por el intelecto humano. Un ruido estrepitoso es capaz de provocar en el alma de una persona la paz y el sosiego más absolutos, ¿cómo puede ser esto posible? ¿No es sino una antítesis completa? O tal vez una perfecta paradoja … No sé sinceramente a cuántas personas más los fuegos artificiales le calman como a mí, actuando en forma de relajantes ópticos, pero sé con seguridad que no soy la única persona que siente esa sensación tan paradójica y mística cuando escucha y ve a los fuegos artificiales demostrar su poderío.
Desconozco el porqué de la reacción de mi ser. No sé si esa calma llega a mí desde los más profundos pensamientos de mi subconsciente o realmente esas luces tienen la capacidad y el poder, casi ya prehistórico, de sumir en la más absoluta tranquilidad a lo seres humanos, no lo sé. Solo veo una senda posible de explicación para este fenómeno de los sentidos. No me veo con la capacidad suficiente de explicar lo que siento en mi interior si no es con comparaciones que sé que casi todos podrán entender a la perfección. La fuerza que los fuegos artificiales tienen en mí siempre me ha recordado mucho al sentimiento de, casi placer, que sentimos TODOS los humanos a ver el fuego. No afirmo con esto que todos tengamos un pequeño pirómano dentro de nosotros, ni mucho menos, pero es innegable que siempre que observamos fuego, por grande o pequeño que este sea, en nuestro interior algo se enciende, como por influencia del calor que las llamas desprenden. Todos miramos encandilados cómo ese astro rojo puede esfumar la oscuridad bajo cualquier circunstancia. Incluso siendo capaces de crear fuego en cualquier momento, todavía algo en nosotros siente completa adoración hacia ese suceso. Y esto, me atrevo a aventurar, es debido al asombro que todavía en nuestra época sentimos por el poder destructivo del fuego; aquí residirá la clave de todo este asunto a mi parecer, al poder caótico del fuego, es decir, en el poder destructivo y creador de caos.
Los fuegos artificiales tienen una característica semejante. Sin duda influenciados por la fuerza de la naturaleza -y muy en relación a mi entrada de La Tormenta-, generalmente veo a los fuegos artificiales como imitaciones del humano por captar la furia del cielo. Pero, en contraposición al arcaico miedo del que hablaba en la anterior entrada, aquí nos encontramos con el otro lado de la misma moneda. Quizás se deba a la incapacidad de atrapar la sustancia original de las tormentas, pero aquí en vez de terror -salvo las personas que sientan miedo patológico hacia los fuegos artificiales- sentimos exactamente lo contrario; calma, paz, tranquilidad…
Dentro de este sin sentido -de un elemento que en ocasiones produzca terror y otras veces pura paz, que más que sin sentido, encarna a la perfección la vida misma, a veces tan bella y dura en un mismo ámbito- , creo poder atisbar por qué esa furia de colores y detonaciones nos transmite tranquilidad. A veces, nuestros problemas nos superan. Somos seres egocéntricos por mucho que intentemos velar por el bienestar ajeno, y nuestros problemas siempre nos resultarán más graves que los del resto. Somos egoístas por mucho que duela. Creemos que lo que nos sucede es superior a todo lo que nos rodea, pero nos equivocamos. Al palpar la brutalidad y poder de los fuegos artificiales -sin llegar a la magnificencia de la tormenta, aunque a ciertas personas incluso las tormentas nos relajan- vemos que existen fuerzas superiores a las nuestras y a los problemas que nos rodean. Y qué son las tormentas y los fuegos artificiales sino una amalgama de colores, ruidos y violentos sentidos. Nos admiramos, en definitiva, en el caos. El caos, la anarquía -en el sentido peyorativo de la palabra- nos infunden orden a nuestra ánima. Sé que puede sonar majadero, pero es algo que ocurre. Cuando nuestro caos interior se ve superado al observar una furia externa que como huracán arrasaría con nuestro propio caos personal, entendemos en verdad que no todo parece tan malo, llegando esa sensación de tranquilidad por ver la pequeñez de nuestros problemas. Al percibir la autoridad de una vorágine tan suprema, nuestro interior tan solo puede arrodillarse y gozar de esa ostentación de caos y suntuosidad que lo superior a nosotros tiene en su interior. Es la paradoja del vivir, es la antítesis de la vida; vivimos rodeados de estos sucesos y nunca los advertimos. La vida es un sin sentido, y a veces esos sin sentidos pueden salvarnos de nuestras bestias interiores. Lo grande y majestuoso siempre nos ha dejado atónitos, no por su grandeza exclusivamente, sino también por su poder, por todo la fuerza que esconden los grandes acontecimientos, por la capacidad de destrucción.
En conclusión: sí, lo sé, todos lo estaréis pensando, podría haber dicho desde el principio: los fuegos artificiales relajan porque son bonitos. Lo bonito suele tener la cualidad de apaciguar. Pero no me gusta ir a lo simple, que es lo que todos podemos captar a la primera. Me gusta bajo mi pesar «comerme» la cabeza hasta que esta me explote, buscar el sin sentido de todo -y tal vez por ello soy tan feliz-. Espero que os haya gustado esta entrada.