Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Etiqueta: Terror

¿Quién comparte mi almohada?

¿Quién comparte mi almohada?

Al principio apenas era la percepción de que yo no estaba solo en mi cuarto. No es que percibiera algo, simplemente, en mi mente sentía que no era la única persona que estaba allí. Era como si me notase observado, pero obviamente no había nadie a mi alrededor. Tras los primeros minutos de incertidumbre conseguía dormirme al poco tiempo.

Todo empezó a empeorar cuando una noche, mientras dormía apoyando la parte derecha de mi cuerpo, encogido, en posición fetal, noté que el colchón se hundía hacia abajo. Incluso los muelles del somier sonaron. Yo no hice ningún movimiento; sentí que un peso se tumbaba a mis espaldas. El miedo me atenazó por completo y no me atreví ni a darme la vuelta ni a levantarme. Seguí con los ojos cerrados el tiempo suficiente como para que el esfuerzo por no abrirlos me sumiera en el sueño. Noche tras noche sentía ese peso que se desplomaba en el colchón. Llegué a pensar que, como no sucedía nada más, tampoco era algo del todo malo.

Pero el suceso no frenó ahí. En los días siguientes, después del hundimiento del colchón noté como una masa caliente se recostaba en mi cadera. La primera vez un pequeño grito se escapó de mi boca, pero a medida que pasaron los segundos me di cuenta de que esa masa caliente tenía la forma de una mano. Incluso notaba los dedos que se intentaban agarrar a mi carne, no de una manera violenta, sino como para acariciarme. Con el paso de los días, más que inquietud, sentía nerviosismo por sentir si aquella mano volvería a abrazarme con su delicadeza. Aquel proceso se volvió rutina y yo, al meterme en la cama tan solo tenía en la mente la idea de sentir aquello de nuevo. Ha habido muchos días en los que, tardando más de lo habitual, he empezado a sentirme ansioso por pensar que la caricia no llegaría.

He empezado a necesitarla. Lo lógico es que ahora, tranquilo como estoy al saber que, ya no que sea peligroso, sino que me acompaña en las noches y me produce sosiego, me diese la vuelta para ver quién o qué es mi acompañante. Pero no me atrevo. No me atrevo porque siento el terror de que, si me atrevo a mirar hacia atrás, esa caricia, esa presencia, desaparezcan, para volver a estar solo, tan solo como antes estaba y siempre he estado. Para mí no es una opción saber la verdad. Sin duda estoy más contento así que enfrentándome al misterio. Hasta me atrevería a decir que me dan igual por completo las futuras consecuencias que esto tenga.

Pero claro, aun sabiendo todo lo que siento y lo mucho que la necesito… ¿Por qué está noche soy yo el que abraza mi cuerpo?

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Imagen sacada de https://aminoapps.com/

Situación imprevista

Situación imprevista

Han sido varias horas de auténtico dolor. Lo único que he sentido son sus golpes y una angustia terrible en el pecho que apenas me deja respirar. No sé ni cómo pasó, simplemente noté unas fuertes manos que me apretaban en la cintura y un brazo musculoso de repente rodeó mi cuello sin apenas dejarme respirar. Me dijeron que no me resistiera para que no me pasase nada. De repente noté cómo todo mi cuerpo se levantaba y cómo me lanzaban a un automóvil. Desde entonces todo han sido golpes, insultos y gritos en mi cara.

Noto unos pasos. Parece que alguien se acerca. Me quitan la bolsa de la cabeza que me pusieron nada más entrar al coche. Cubren sus caras con máscaras caricaturescas de presidentes de los Estados Unidos. Uno se adelanta –Lincoln- y me habla con una voz claramente distorsionada por algún mecanismo:

-Coge tu móvil y llama a algún familiar. Finge que todo está bien, que pasarás la noche fuera porque al final se ha prolongado aquel congreso al que tenías que asistir este fin de semana. Que les echas de menos. Que te lo dijeron a principios de la semana pero que con tanto estrés se te ha pasado. ¡Y no hagas tonterías! Ponlo en manos libres, te estaremos escuchando.

-No tengo saldo – Digo.

-Espera un momento… ¿Qué? Que no tienes saldo.

-Sí, llevo dos semanas sin saldo. Es que yo… S-sabe usted, no tengo contrato, ni datos ni tarifas de esas. Es que yo no me aclaro. Yo no utilizo Internet. Me meto diez euros al mes para mis llamadas importantes y ya está. Enti…

– ¡Calla! – Su compañero me da un fuerte golpe con la culata de su pistola en la boca. Empiezo a sangrar bastante y noto con la lengua que dos o tres dientes se mueven demasiado.

-Pero ahora qué hacemos. Esto no ha pasado nunca. Hostia, me refiero, 2018 y hay alguien que tiene saldo – Hablan entre ellos, supongo que mirándose con los ojos, sin saber que hacer realmente.

-Bueno… Espera, toma mi móvil – Uno de ellos, el más alto, me ofrece un teléfono móvil, bastante bueno por cierto.

– ¿Pero qué haces? – El otro, el músculos de la banda se interpone en la entrega y le da un empujón en el pecho – Así van a tener nuestro numero en cuanto quieran.

-Que no, que lo pongo en privado.

– ¿Pero tú eres idiota?

Y aquí estoy yo, maniatado, dolorido, viendo cómo dos secuestradores –o eso dicen que ellos son- se pelean entre sí porque no tengo saldo en el móvil. Mi mujer a veces me lo ha echado en cara e incluso mis hijos me llaman antiguo, pero quién iba a decir que gracias a no tener saldo iba a tener una distracción suficiente para esos bestias, que no se están dando cuenta de que he deshecho el nudo que me amarraba las manos y que me estoy yendo por la puerta que se han dejado abierta…

Sonrisas

Sonrisas

Eran días normales. Me levantaba por la mañana, desayunaba y sin apenas todavía abrir los ojos cogía el coche para ir al instituto. Una jornada laboral de ocho horas en las que, gracias a mi buena disposición con los chavales, aparte de sentirme satisfecho con mi trabajo, me lo pasaba realmente bien. Buenos chicos. Al llegar a casa no me esperaba nadie, pero tampoco hace falta que te espere nadie en casa para estar a gusto con uno mismo, cualquier otra cosa que digan no es más que una falacia. Mi vida era normal. Feliz y normal, algo que parece que en los últimos tiempos es extraño.

Pero más extraño es algo que percibí por aquellos días. Sonrisas. Algo habitual en la vida de uno sí, pero eran sonrisas que percibí de repente, como a sabiendas de que las mismas no habían estado antes. Forzadas. Primero lo noté con el cartero, con quien siempre me cruzaba cuando me dirigía al garaje. Siempre pensé que en su rostro se podía ver un gesto serio, el gesto propio de quien tiene que hacer varios kilómetros desde primera hora de la mañana, pero desde un aleatorio día su sonoro ‘hola’ iba acompañado de una gran sonrisa. Fingida, casi dolorosa diría por la fuerza que sus músculos tenían que hacer, pero una sonrisa al fin y al cabo. Lo achaqué a alguna buena noticia que hubiera recibido la cual era motivo de alegría perpetua.

Pero también empecé a ver sonrisas en el instituto. Las de mis alumnos, que eran usuales, pero no generalizadas, ahora eran constantes y en ellas participaban todos los chicos. A la vez. Una sonrisa conjunta y simultánea, como si se hubieran puesto de acuerdo en estirar su boca a la vez. Aquello me ponía los pelos de punta, pero claro, ¿cómo iba a quejarme yo públicamente de que las personas me sonrieran? Suena estúpido. Incluso los profesores, los cuales nunca me miraban con buenos ojos debido a mis metodologías más cercanas y desenfadadas con el alumnado, me saludaban y abrazaban dándome sus mejores sonrisas.

Cuando pasaron varios días en los que tuve que aguantar aquellos gestos, me di cuenta de que en todas partes las personas empezaban a tener ese gesto en sus caras. Cuando ponía las noticias, los gestos serios propios de las grandes catástrofes o asesinatos se habían cambiado por vistosas sonrisas relucientes. Los presentadores sonreían al final de cada noticia, dando igual su contenido, pero no por risa, sino que parecía más un gesto involuntario, algo que sus cuerpos les obligaban a hacer. ¿En el supermercado? Sonrisas. ¿En el bar? Sonrisas. Incluso los domingos, cuando iba a visitar a mi familia después de misa, veía que a mi alrededor todo era sonrisas. No las que estaba acostumbrado a recibir de mis seres queridos, llenas de simpatía y amor, sino unas sonrisas frías, exageradamente grandes y relucientes. ¿Amigos? Nunca he sido una persona que tuviera muchos ya que siempre he ido de aquí para allá, pero los pocos que tenía también portaban una sonrisa.

Con el paso de las semanas mi cabeza ha ido a peor. Intentaba no mirar a la cara a los demás y me encontraba muchas veces hablando mirando hacia el suelo. Todavía lo hago, aunque he descubierto que lo mejor es mirar al horizonte y dar la charla del día. Aunque no ha sido hasta esta semana en la que un chiste contado por un alumno me ha arrancado una pequeña sonrisa, sincera y verdadera. Entonces es cuando he podido escuchar:

-Tú reirás también con nosotros.

Y estaban en lo cierto, mientras escribo, sonrío, y tengo miedo porque no sé por qué.

Imagen extraída de https://www.roblox.com/library/108307952/Creepy-Smile

Confuso

Confuso

No dijeron nada ni en la televisión, ni en la radio ni en Internet. Yo me enteré porque empecé a escuchar gritos de terror a través de la ventana. Cuando fui a mi cuarto corriendo para ver qué había pasado, no conseguí ver nada, tan solo mucha sangre por la acera mezclada con el agua de la lluvia. Al principio pensé que a lo mejor había habido un atraco muy violento, pero después empecé a escuchar cómo, después de un fuerte golpe en la puerta del portal, algo empezaba a subir lentamente por las escaleras. No solo se escuchaban pasos, sino que empecé a escuchar gritos y súplicas de mis vecinos. Muchos gritos, demasiados, tantos que tuve que taparme los oídos y gritar para mis adentros. Fuese lo que fuese lo que venía hacia mí, no era uno solo.

Esos pasos, muy pesados, como arrastrándose, dejaron de sonar justo en la puerta de casa. No me atreví a mirar por la mirilla, aunque tampoco me hubiese dado tiempo porque de repente eso tiró la puerta abajo sin hacer casi ruido. Era un zombi. Sí, como los de las películas, pero real. Sé que suena extraño decirlo así, pero es que era lo que vi. Echaba baba por la boca, tenía la cara como amarilla y venía hacia mí. No andaba lento, sino que se acercaba a mucha velocidad con sus brazos extendidos para agarrarme. Mi cabeza no dio para mucho más y me encerré en el cuarto. Escuché cómo esa cosa gritaba mi nombre una y otra vez y aporreaba la puerta de mi cuarto. Intenté poner todo lo posible delante de la puerta, pero parecía insuficiente. Después de dar un repaso rápido a todo mi cuarto y pincharme varias veces por los nervios con todo lo que tenía en el escritorio, eso consiguió abrir la puerta.

En ese mismo instante recordé que encima del ropero guardaba una espada de madera, muy dura y pesada, que mis padres me regalaron en un viaje que hicimos a Ronda. Antes de que el zombi se acercase demasiado a mí estiré el brazo con un rápido movimiento, cogí la espada y con todas mis fuerzas le di un golpe en la cabeza. Borbotones de sangre empezaron a salir de la brecha que le hice, pero esto no le impidió intentar de nuevo acercarse a mí gritando mi nombre una y otra vez. Viendo que no paraba empecé a golpearle muchas veces con todas mis fuerzas. Escuchaba los huesos de su podrida cabeza se rompiéndose y cómo su sangre llenaba todo el cuarto de rojo. Finalmente se desplomó en el suelo, agarrándome del cuello de la camisa, con la cara inflamada, un ojo medio sacado y sin apenas poder ver sus rasgos faciales por culpa de toda la cantidad de sangre, huesos y músculos que se habían salido para fuera. Me pude salvar de aquello.

Aunque el doctor me dice que no fue así como maté a mi padre…

Los Hermanos Fossores

Los Hermanos Fossores

Vivimos por y para el cementerio. Somos los Hermanos Fossores de la Misericordia. La gente cree comúnmente que nuestro origen es antiquísimo, pero nuestra orden se fundó hace apenas poco más de medio siglo. Por supuesto que nadie entiende por qué nos dedicamos a esto, yo tampoco lo entendía hasta que mi padre, que también lo fue, me llevó un día con él a “trabajar” al camposanto. De día nuestra labor, como me gusta más a mi llamarla, consiste en dar entierro a los muertos, rezar por sus almas así como por las de los vivos. Cuidamos el cementerio, regamos las flores e incluso a veces ayudamos en la administración.  De día no somos más que unos funcionarios religiosos. Es por la noche cuando uno se da cuenta de que cualquiera no valdría para esto… Y de por qué somos tan pocos.

Cuando cae el sol… Se ven cosas. No sé si decir si son reales o no, a mí me lo parecen porque a veces he sentido hasta el peligro inminente de que algo iba a sucederme. He notado su tacto, incluso su aliento, en mi asustado rostro. He tenido malas pesadillas y sé diferenciarlas muy bien de lo que ocurre por las noches. Cuando los hermanos hablamos entre nosotros contrastamos anécdotas y sucesos y casi todos concuerdan hasta en el más mínimo detalle. No contamos nada de esto a nadie. No es que sea un secreto, pero por caridad cristiana deseamos evitar este tipo de… Enfrentamientos, a cualquier otra persona. Incluso los hermanos de otras órdenes desconocen del todo lo que en los cementerios ocurre por la noche. Conocen de la obra del Diablo pero no las cotas que esta puede alcanzar en los camposantos.

Lo de menos son las campanas. Antiguamente, por tradición –y ahora tengo claro que es obra del Maligno- se ataba un pequeño cordel desde el dedo del fallecido a una pequeña campana situada al lado de la lápida, para que si el muerto fuese enterrado en vida, pudiera avisar mediante el tintineo. Por las noches, en horas de completa quietud y ausencia de viento, cientos de campanas doblan a la vez, volviéndose insoportable. Gritos de ausencia, manos tan frías como un témpano de hielo que se apoyan en el hombro y al volver la vista, allí no hay nada. Sombras y oscuras caras que se dejan ver en lo más hondo de la oscuridad. Incluso en la lejanía bastantes veces se pueden ver cuerpos que vagan sin rumbo fijo. Parece una historia de terror, pero todo eso es a lo que nos tenemos que enfrentar a diario.

Pero sin duda el peor día fue cuando vi el cadáver de mi padre levantándose de su tumba tosiendo desesperadamente y echando borbotones de agua por la boca. Mi añorado padre murió ahogado en el mar en unas vacaciones que tuvimos años después de que él abandonara la orden. Tenía el mismo gesto de terror y de agonía que el que recuerdo de su cuerpo recién sacado del agua. Nunca olvidaré las palabras que ese ser mugriento – no era mi padre, el jamás pensaría así – me dijo:

-Todos acabamos aquí.

La sombra

La sombra

Realmente hasta el final no supe qué me pasaba.

Había estado todo el día, desde la mañana a la noche, trabajando sin descanso. Cuando levantaba la vista del teclado veía cómo una sombra se meneaba desde la derecha de mi vista hasta la izquierda; apenas duraba un instante. Al principio lo achaqué a la larga jornada laboral y al estrés, la cual apenas me había abandonado en todos estos meses.

Incluso vi esa maldita sombra cuando volví andando a casa. Pasaba a mi alrededor una y otra vez, de nuevo de derecha a izquierda. Lo hacía con total libertad, pasando a través de las personas, sin que nadie más viera absolutamente nada. A veces me parecía entrever una silueta humana con extremidades, y fue ahí cuando de veras comencé a preocuparme y pensar que aquello era algo que iba mucho más allá del mero estrés. No obstante, no dije nada a nadie… Es fácil de comprender, simplemente nadie cree en esas cosas.

Cuando por fin llegué a casa todo pareció relajarse. Pude disfrutar de una cena tranquila y una noche divertida en frente del ordenador. Después de lavarme los dientes y meterme a la cama para leer un poco, el problema surgió cuando al apagar la luz y cerrar los ojos… Seguía viendo aquella sombra, pero ahora esta no se movía. No sé explicarlo bien realmente. Aunque la única luz que entraba a mi habitación era la de una farola a través de la ventana, sentía, más que veía, cómo aquella sombra se interponía entre la luz y mis ojos. Algo semejante a cuando te pones la mano delante de los ojos cuando estás en frente de una luz; no lo puedes ver pero notas cómo la luz es inferior. Pues aquello mismo me pasaba a mí.

Estaba totalmente aterrorizado. No me quise mover un ápice –tampoco hubiera podido ya que el miedo me tenía paralizado-. Durante toda la noche aquella sombra y yo estuvimos mirándonos de alguna manera, pero ninguno quiso ser el primero en moverse. Pareciera que un vivo estuviera velando el cadáver de un muerto. Toda la noche vi cómo aquella sombra permanecía totalmente parada en frente de mi cama. Pasadas muchas horas, todas las que tiene una noche, tan solo me atreví a abrir los ojos cuando vi que amanecía y que de repente la sombra desapareció.

Después de la mala noche pasada me alegré al comprobar que la sombra ya tan solo era un recuerdo. Mis primeros movimientos fueron muy tímidos, como esperando que algo malo me fuera a suceder. Cuando por fin me serené quise pensar, aunque no muy convencido, y con razón, que aquello sería algo relacionado con los nervios, el mal dormir y el estrés.

De camino al trabajo lo entendí todo. Debido a mi sueño llegaba tarde al trabajo. Estaba esperando en un semáforo en rojo y como tenía prisa miré hacia los dos lados, y al ver que nadie pasaba, decidí cruzar. Hubiera sido demasiado tarde si el rugoso brazo de una anciana no me hubiese frenado. A apenas unos centímetros, de derecha a izquierda, un coche rojo a gran velocidad pasó donde yo tendría que haber estado.

Cuando miré a la izquierda para ver la cara de aquella persona, allí no había nadie.